sábado, 10 de diciembre de 2016

En un lugar en medio de la nada

Entre  Ovalle y Calama  , Hector Arnoldo y quien relata esta pequeña historia, en la carretera 
panamericana, en el desierto más árido del planeta Tierra, con los atardeceres y noches que en la inmensidad del horizonte, llegamos a Chañaral , ciudad que en años posteriores sería inundada, en aquel desierto más árido del Planeta  , allí nos alimentamos en aquel místico y antiguo restaurant mi casita, una sabrosa paila marina, para continuar con una fritanga de pescado del dia , fresco como el sonido de las olas de aquel océano pacífico, pero lo impresionante ocurriría, más hacia el norte, el viaje continúa sin novedad  , Hector mi tío hermano de mi madre , conducía a gran velocidad, por aquellas solitarias rutas, que de la nada emergian. grandes lago imaginarios.
Chañaral quedaba en el pasado, la camioneta petrolera, de vivos color rojo , era un brasa ardiendo en aquel desierto , que se asemejaba al infierno, por el calor que estábamos , cocinando a fuego lento, el vehiculo se detiene para descansar , ya la noche colgaba sus billones de estrellas en aquellos cielos universales, más tarde en aquellos cerros de una soledad absoluta estaba ella la dama plateada Luz azulina , compañera de la soledad, era una esfera puesta allí por el Creador Supremo.
Amanece y continuamos el rodar por aquel pavimento, que comenzaba a subir la temperatura, después de aquella noche helada. A lo lejo en la mitad de la nada, una cantina, un oasis, allí era otra república, era  estar en Bolivia, en una pantalla un video de musica y baile del país vecino.
Tres bellas hembras de una piel morena, todo bien puesto en su lugar, su aroma era una fragancia llamando al misterio, sus ojos , sus labios invitaba a saciarse de su belleza, nos preguntaron que deseamos para desayunar, nos ofrecieron unas pailas de huevos, con un tazon de te, cuando llegaron con el pedido, una pailas de aluminio, era impresionante la limpieza , de aquellos utensilios, el brillo de aquellas pailas, hacían resaltar, esos huevos con un perfecto color, aroma, una obra de arte para nuestros paladares, unas marraquetas de pan batido o frances, el tazon de te , en su vapor inundaba aquel lugar de aromas caseros, era un desayuno casero, en la mitad de la nada, oliendo y observando aquellas tres bellezas de aquella cantina en un lugar , que parecía no existir pero fue real,

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