viernes, 29 de noviembre de 2024

Sergio Larraín

Cultura 3 de Julio de 2011
Sergio Larraín, fotógrafo
Es el mejor fotógrafo chileno. Trabajó en Mágnum e impresionó con sus imágenes a Henri Cartier Bresson. Tuvo éxito, fama y dinero, pero se retiró joven aún cuando podía haber hecho más. Hoy vive en un cerro, meditando, al interior de Ovalle. Encontramos parte de su trabajo en los archivos del Hogar de Cristo y lo oímos hablar del sentido de la vida. Sus amigos dicen que nunca fue un fotógrafo sino un místico. No importa. Deléitese con estas imágenes.

Por Verónica Torres
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Año 1959. Sergio Larraín lleva un mes solo en una pieza de hotel en Roma, Italia. Está de paso, leyendo como loco todos los recortes de prensa que hablan acerca de la mafia siciliana. Sus jefes de la agencia francesa Mágnum le han encargado algo imposible: un fotorreportaje del capo, el Don, el temido Giuseppe Russo.

Luego de informarse sobre las bandas de crimen organizado, Sergio viaja a Sicilia con un pase de prensa francés. En su bolso de mano lleva dos cámaras Leica III C de 35 milímetros. Tiene miedo. El personaje que busca es un asesino. Russo carga con 9 acusaciones en los tribunales por robo con violencia, homicidio triple y extorsión.

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Durante tres meses Larraín recorre los poblados de Sicilia sin resultado. Nadie se atreve a decirle donde está el capo. Pasa por la Isla Ústica, por Villalba, por Palermo. Y mientras desespera, su cámara registra todo: un funeral donde la viuda cubre su rostro con un manto negro, un grupo de niñas jugando a la ronda, dos pescadores arreglando una red. Cada toma es una pequeña obra de arte. Pero no es suficiente.

Un día, cuando cree todo perdido, alguien le cuenta que Russo vive en un poblado llamado Caltanissetta. Anota la dirección y consigue hospedaje frente a la casa del capo. Está obsesionado con tener esa foto. Compra un teleobjetivo para disparar desde su ventana, como si fuera un papparazi. Logra varias tomas, pero ninguna lo convence. Ese no es su estilo. Necesita mirarlo de cerca, meterse en su mundo.

Larraín se hace amigo de un abogado, ex compañero de curso de Russo. Se presenta como un turista chileno interesado en las ruinas romanas. Tiene suerte: el abogado le cree y le presenta al capo. Russo resulta ser un hombre desagradable y de pocas palabras. Nadie sabe cómo lo logra, pero Larraín le cae tan bien al mafioso que este incluso lo invita a comer pasta con su familia.

El foto-reportero pasa 15 días visitándolo. Pero en todo ese tiempo nunca desenfunda su cámara. Necesita volverse invisible como una silla; debe desparecer para que Russo emerja sin inhibiciones. Así lo ha hecho en su trabajo sobre los niños pobres del Mapocho, que le abrió las puertas de Mágnum. Así lo hará luego en su memorable trabajo sobre Valparaíso. Sin prisa, Larraín se desliza suavemente en esa feroz vida.

Finalmente una tarde, después de almuerzo, saca su Leica y comienza a retratar los objetos de la casa. Russo no dice nada, tampoco sus guardaespaldas. El capo se levanta para ir a dormir una siesta. Sergio espera el momento justo y lo sigue hasta la pieza. Lo encuentra tumbado en un diván, con los ojos cerrados, las manos sobre la cabeza; solo y sin frazada alguna. En el muro de la habitación, cuelga un cuadro ovalado con una estampa del Sagrado Corazón de Jesús.

Larraín comienza a disparar. Los guardaespaldas lo increpan: -¡Oiga!, ¿por qué usted toma tantas fotos?- le dice uno de ellos.

-Porque después hay que seleccionar la mejor- contesta Larraín.

La respuesta, curiosamente, satisface a los sicarios.

Juan José, hijo de Sergio Larraín, oyó decenas de veces esta historia. Dice que en ese momento, su padre ya tenía un boleto de tren para salir de Caltanissetta de inmediato. En las oficinas de Mágnum no lo pueden creer. Larraín trae 6 mil fotos de Sicilia y de ellas, 72 son del capo de la mafia. Las revistas Life, Paris Match y otras 19 publicaciones compran su serie en miles de dólares. Es su primer trabajo para “Mágnum” y ha dado una lección de estilo y persistencia.

Por esos días, Larraín le escribe a su amiga la pintora Carmen Silva, cuatro carillas cargadas de emociones.

“Estoy nervioso porque me han publicado un reportaje en Match, porque he estado en el Vía Veneto donde está todo el mundo brillante de Roma y los fotógrafos me han recibido bien, muy amistosamente (la aristocracia de la Mágnum) y he estado con las divas y vedettes… tirito y miro las fotos del Paris Match, (que son sanas y fuertes sin ser bellas, bastante primarias) y esas fotos que casi no me doy cuenta en el momento en que las he tomado, se me hacen importantes y las distingo de las de los otros… toda esa emoción… el Yo.”

LA ELITE MÁGNUM

Sergio Larraín es el único chileno que ha trabajado en Mágnum, la agencia donde muchos fotógrafos sueñan estar. En 1959 se reunía ahí la elite gráfica, encabezada por Henri Cartier Bresson y Robert Capa. El primero, autor de fotos memorables como la de un hombre que salta sobre un charco de agua, o sus retratos de Albert Camus y Jean Paul-Sartre. El segundo, famoso por capturar la imagen de un soldado que muere en combate y por obtener las únicas instantáneas del desembarco de Normandía. Cartier y Capa reunieron en Mágnum las más sensibles miradas del mundo y hoy en su archivo figuran clásicos inolvidables como James Dean caminando bajo la lluvia en Times Square; Marilyn Monroe tomada desde arriba mientras retoza en su cama y la madre Teresa de Calcuta hundiendo su cara en sus manos, en una profunda plegaria.

Desde su fundación en 1947 sólo han ingresado a Mágnum 60 fotógrafos. Gracias a Russo, Larraín quedó entre ellos.
-Como en un cuento de hadas entré en el mundo del periodismo fotográfico, luego de una vida sin tener casi trabajo…-recordó Larraín, años después.

A partir de entonces los encargos se multiplicaron. Larraín retrató la captura de guerrilleros en Casbah, Argelia y el resultado apareció publicado en el suplemento dominical del New York Times.

También cubrió el matrimonio del Sha de Irán con la emperatriz Farah Diba. La imagen de ella probándose la corona ocupó la portada de París Match con el título “Mañana seré reina”.

Su fama se acrecentó sin pausa. El Museo de Arte Moderno de Nueva York le compró fotos para su colección latinoamericana.

Nadie se habría figurado entonces que 10 años más tarde, en 1970, cuando estaba en la cima de su carrera, Larraín lo dejaría todo y que incluso buscaría borrar su huella y desaparecer como artista.

Primero decidió renunciar a Mágnum. Luego se llevó sus negativos para quemarlos.

Afortunadamente el fotógrafo checo Josef Koudelka, uno de sus colegas y admiradores, había hecho copias de buena parte de su trabajo. Hoy sus fotos valen entre mil 500 y tres mil euros cada una.

Pero lo que no pudo hacer con su obra, sí lo hizo consigo mismo. A partir de ese año pocas veces se le volvió a ver en público. Ni siquiera cuando en 1999 se organizó en Valencia una restrospectiva de su obra, quiso aparecer.

Hoy tiene 75 años y vive en Tulahuén, un pueblo enclavado en la montaña, al interior de Ovalle. Allí medita, pinta y escribe pequeños textos místicos que circulan entre sus conocidos. No habla con nadie, excepto con un grupo de discípulos a quienes enseña yoga los segundos martes de cada mes. No ve más a sus amigos ni tampoco a buena parte de su familia. Muchos de sus parientes le temen a sus enojos y se negaron a hablar para esta nota. Todavía saca fotos, a las que acceden sólo sus más cercanos. Sus temas hoy son las flores y los paisajes luminosos.

EL PASADO NO EXISTE

Hoy es sábado 6 de mayo y hace cuatros días Sergio Larraín regresó a Ovalle después de pasar dos meses enteros meditando en la montaña. Paz Huneeus, la madre de su hijo Juan, acaba de estar con él. Dice que lo encontró demasiado pesimista, hablando de la guerra y de la miseria de los hombres.

Le dio rabia. Ella quería tocar temas terrenales como los hijos y los nietos, pero él no la escuchó.

La puerta de la casa de Larraín no tiene timbre. Golpeo pero nadie contesta. Un vecino me sugiere que insista. Tiene que estar adentro. No lo han visto salir.

Entonces se abre la puerta y Sergio Larraín Echeñique, el fotógrafo que inmortalizó Valparaíso y que engañó al capo de la mafia siciliana aparece en el dintel, vestido con pijama de franela y un chaleco tejido a mano. Se ve flaco y encorvado. Su pelo es canoso y le faltan dos dientes: uno arriba y otro abajo. Pero su mirada es fuerte, directa.

Sergio es conocido en Ovalle como un hombre místico y tiene un grupo de seguidores que lo llaman ‘el maestro’. El segundo martes de cada mes, se junta con ellos en un gimnasio público donde hace clases de yoga y les explica su filosofía de vida centrada en la búsqueda del presente. Durante estos años ha escrito una decena de pequeños manuales que él llama ‘textos para el kinder planetario’ y donde reseña ideas como ésta:

‘EL UNIVERSO ES UNIDAD, ESTÁ TODO JUNTO, AL MISMO TIEMPO, AHORA. PARA VOLVER A LA REALIDAD ES NECESARIO HACER YOGA’.

En mi mano, tengo el libro donde aparece esa frase. Sergio lo nota y de inmediato me invita a su casa. No me pregunta el nombre ni tampoco me da tiempo para decirle que soy periodista. Simplemente habla, habla y habla. Dice que estoy en el lugar correcto, que hace seis mil años se dedica a la búsqueda espiritual. Luego, saca de una caja de cartón otros libros para regalarme. En el living hay sólo eso: cajas.

Salimos a una galería que da al patio. Los muros están adornados con pequeños cuadros que él pinta al óleo, usando la técnica realista que aprendió de su amigo Adolfo Couve. En una mesa hay una figura del Buda y una foto a color. La imagen retrata a tres personas sentadas en una calle de espaldas.

Sergio continúa hablando acerca de su filosofía mística. Mientras lo hace, cierra los ojos y pone las manos en posición de rezo. Acto seguido, camina hacia el patio y apunta a la luna con el dedo índice. Dice que la luna es la última nota de la escala cósmica, que la primera es Dios y que mejor pasemos a la cocina. Antes de mi visita, se estaba preparando unas espinacas. Cierra la puerta. No quiere que los gatos se coman la mantequilla. Nos sentamos en la mesa. Al lado hay una escalera, que da hacia un altillo donde él medita. Paz me ha dicho que debajo de ese altillo hay un cuarto oscuro donde revela de vez en cuando las fotos que saca ahora. Miro bien y efectivamente ahí está el cuarto.

De pronto Larraín me pide que baje el mentón, que cierre los ojos y que conecte mi centro energético con la tierra. Larraín se calla por primera vez y sólo escuchó el miau de los gatos y unas gotas de agua que caen en el lavadero. Abro un ojo y lo veo concentrado, hasta que golpean a la puerta. Sale disparado y regresa acompañada de un discípulo. Le cuenta que hoy amaneció con mal pulso, que no puede escribir y que sus textos tienen dibujos porque todos nosotros somos niños intentando comprender el caos de este mundo.

De pronto, toma un lápiz y me pide que anote en la primera página de uno de sus libros una frase que acaba de pensar y que podría completar sus teorías: ‘Un planeta y una humanidad sin contradicciones, para incorporar al universo en nuestra mente y no quedarnos fuera de él’. Luego se pone inquieto. Dice que tiene mucho que hacer, que me vaya con los libros y que ‘por favor’ difunda todo lo que he escuchado, que esto es para todos. Me explica, además, que puedo sacar fotocopia y repartir sus textos a toda la gente que quiera un mundo bueno.
Tal como me hizo entrar, me saca de su casa. En el dintel de la puerta me detiene. ‘Párate en el “kath”, dobla un poco las rodillas, baja el cuerpo. Así pesadita. Conéctate con la gravedad, cierra los ojos. Estás aquí y ahora, el pasado no existe y lo que viene tampoco’.

NIÑOS VAGOS Y VALPARAÍSO

Muchos fotógrafos han hecho este mismo viaje a Ovalle para hablar con Larraín de fotografía y han salido de ahí sólo con sus libros de pensamientos metafísicos. Lo cierto es que a partir de 1970 Larraín olvidó todo su trabajo. El mejor ejemplo es el libro “Londres” publicado recién en 1998.

Las fotos fueron sacadas entre 1958 y 1959 cuando Larraín estaba becado por el Consejo Británico para estudiar foto. Pero las imágenes permanecieron 40 años en el archivo de Mágnum hasta que Agnés Sire –actual directora de la Fundación Henri Cartier Bresson- reparó en ellas y quedó impactada. ‘La bruma, la soledad, las aceras, los parques o los bares, el poder del dinero. Esta visión de Londres sin embargo tan íntima, no por ello deja de ser significante; hay quien ha reconocido en ella a los personajes clave de la literatura inglesa’, escribió Siré en la retrospectiva de 1999.

Para muchos, ‘Londres’ es una obra cumbre de la fotografía mundial. Para Larraín, en cambio, ya
no significa nada.

Otro ejemplo de este abandono, son las fotos que ilustran este reportaje. Las encontramos durante la investigación, arrumbadas en los archivos del Hogar de Cristo. Estaban mezcladas con tomas de otros autores, en un sobre que decía “pelusas”. Había allí un verdadero tesoro: no solo varias de las más famosas fotos de Larraín sobre los niños del Mapocho sino las secuencias que lo llevaron a ese resultado.

Para Josep Vicent Monzó, organizador de la retrospectiva de Larraín en Valencia, la serie de los niños de la calle es su mejor trabajo. Allí dice, Larraín encontró su camino. Por un lado, representa un quiebre con su familia y el mundo de la elite. Por otro, rompe con la forma aceptada de hacer fotografía. En ese trabajo Larraín no sólo se sitúa en el grupo políticamente incorrecto, sino que se hace cómplice de los niños. A los chicos que todos desprecian, Larraín los retrata como grandes personajes.

-Mi papá convivió con estos niños durante un tiempo: los vio asaltar gente, dormir debajo de los puentes, en las alcantarillas, todo. Quedó impactado con esta experiencia- cuenta su hijo Juan José.

En un cuaderno de apuntes, que Larraín le regaló a Carmen Silva hay una hermosa foto de un niño nadando en las aguas turbias del Mapocho y que forma parte de esta misma serie. Debajo de la foto anotó: “Aquí va un muchacho nadando sobre las piedras en la salida de una alcantarilla, será buen símbolo para nosotros que no vemos más que miserias, para que tomemos la vista y nos oigamos palpitar serenos por dentro”.

Esa sensibilidad está presente también en la serie de Valparaíso, su trabajo más conocido. Larraín llegó a esa ciudad en los ‘50 hipnotizado con las historias que le contaba Carmen Silva. Ella se había hecho íntima de una banda de cafiches y ladrones apodados ‘Los Filónicos’ con quienes salía en motoneta a bailar rock and roll. Le decían ‘la francesa’ porque era pintora y cuica. Apenas
Larraín supo de sus andanzas viajó al puerto, ansioso por descubrir nuevos mundos.

Empezó a frecuentar los bares y los prostíbulos del barrio chino: “La Tía Lucy”, “Las Lolis”, “El 69” y la famosa ‘Casa de los Siete Espejos’. En esta última, Larraín quedó atrapado por el juego de perspectivas. En el salón había siete espejos señoriales y dorados donde se reflejaban las mujeres como en un caleidoscopio. Larraín llega cada noche y se sienta largo rato en la barra, con una bolsa de papel en la que parece llevar un sandwich. Bebe, escucha y mira hasta que siente que nadie lo nota. Entonces, en el momento indicado, saca su Leica. En uno de los siete espejos una puta sonriente, papiche, de vestidito corto y tacones altos, le da la mano a un hombre engominado. En el primer espejo no aparece la cara del hombre, pero sí en el segundo. Es una obra maestra.

Larraín ha capturado ese momento sin poner el ojo en el visor. Él retrata con sus manos, mirando todo lo que ocurre. De ahí, el título de su primer libro: “El rectángulo en la mano”, publicado en 1963.

-Muchas de las fotos de los ‘Siete Espejos’ las sacó conmigo. Él se enamoraba de las putas, pero no de una manera erótica. Le gustaban esas niñas pobretonas que después haciendo sus show se transformaban en princesas, con brillos y cosas….- recuerda Carmen Silva.

Larraín trabaja en su serie de Valparaíso durante casi 10 años. El resultado es tan profundo que esas imágenes se transforman en la cara del puerto para el mundo. Escaleras tortuosas, niñas que bajan hacia abismos. Perros vagos. Marineros y putas. Barcos que emergen de la niebla.

Para Monzó, “sus trabajos sobre Valparaíso y Londres deberían ser obras de referencia de cómo retratar una ciudad y saber captar su esencia”.

Lo curioso es que Larraín nunca buscó la esencia de las cosas. Siempre se estuvo buscando a sí mismo. En ‘El rectángulo en la mano’ lo explica: “Es en mi interior que busco las fotografías cuando con la cámara en la mano paseo la vista por fuera, puedo solidificar ese mundo de fantasmas cuando encuentro que algo tiene resonancia en mí”.

CABEZA RAPADA
Buena parte de los motivos por los que Larraín se embarcó en la fotografía están en su familia. Quería alejarse de ellos, conocer otros mundos. Su padre, Sergio Larraín García-Moreno, era un prestigioso arquitecto, decano de la facultad de la Universidad Católica, amante del arte y coleccionista de piezas arqueológicas precolombinas. Los Larraín vivían en una mansión de 900 metros en avenida Ossa y los hijos estudiaban en el colegio Saint George y en el Dunalastair.

-Ser pituco fue una de las cosas que más lo marcó- cuenta Carmen Silva. “Él repudiaba esa cosa ostentosa de vivir en la casa más bonita del barrio. Le molestaba que su papá anduviera en un auto último modelo… Sin embargo, igual le gustaba manejarlo. Siempre tuvo esa contradicción. Una pelea muy fuerte de no querer y querer.

En parte, para alejarse de ese mundo, apenas terminó el colegio partió a estudiar ingeniería forestal a la Universidad de Berkley en California. Allá, sin embargo, nunca pudo ambientarse bien. La ingeniería no le interesaba. Prefería deambular por los bares de San Francisco y pasar el tiempo con los trompetistas de jazz y los mexicanos que movían marihuana.

“Estaba confundido, no entendía nada. Decidí entonces dejar los estudios y tener una profesión de vagabundo para buscar la verdad”, escribió Larraín, sobre esos años. Para mantenerse consiguió trabajo lavando platos por 60 dólares al mes. Era la primera vez que podía comprar algo con su plata. Y lo primero que compró fue una cámara y una flauta.

“Un día –cuenta Larraín en su restrospectiva – pasé frente a una vitrina y lo más bonito que había era una Leica IIIC. Leí revistas de fotos, vi todo lo que había en ese campo y termine enamorado de esa maquinita. Compré una de segunda mano, a plazos de cinco dólares al mes”.

Desde entonces, comenzó a tomar fotos como un juego que lo mantenía alejado de sus confusiones.
Fue en esa época cuando lo llamaron de Chile para decirle que su hermano menor había muerto tras caer de un caballo. La noticia devastó a la familia. Por culpa de un mal diagnóstico médico, nadie le dio importancia al accidente. Todos sienten que su muerte se pudo haber evitado.

-La muerte remeció a los Larraín porque eran todos muy frívolos y pasaban en fiestas. La mamá de Sergio, la Pin Echeñique, hizo votos de pobreza y se convirtió en monja laica… Nunca más se puso joyas ni se escotó- cuenta Paz Huneeus, ex pareja del fotógrafo.

Larraín tomó un barco carbonero para llegar al funeral. En el trayecto, se afeitó la cabeza y las cejas. Su familia quedó estupefacta al verlo. El joven era otro. Pero nadie sabía bien quién era. Ni siquiera él mismo.

Para pasar la amargura los Larraín partieron a Europa durante ocho meses. El padre buscaba unir a la familia, pero a Sergio le pareció que todo era falso. Siguió distanciándose y comenzó a hacer su propio viaje. Durmió en pensiones sencillas mientras su familia lo hacía en hoteles lujosos. Su amiga Angélica Guzmán estuvo con él en ese momento.

-Meditábamos en el Sena y él tocaba flauta. No siempre andaba con la familia porque le gustaba ver otras cosas, comer por donde lo pillara el día, no en los buenos restoranes. Le gustaba meterse en el mundo real, el de las masas.

En París, Sergio conoció a un monje hindú que lo proveyó de toda clase de textos místicos. Decidió viajar al Medio Oriente y cuando volvió a Chile regaló su ropa y se fue a vivir a La Reina. Solo.

Allí se alimentaba con huesillos y caminaba descalzo por los cerros. No hablaba con nadie y leía toda clase de textos místicos. En una entrevista que le hizo el novelista José Donoso, Larraín contó esa época. “Tenía 21 años y era como una hoja al viento. Regalé todo, ropa, libros, fotos e hice voto de castidad. Pensaba cuando reparas en algo no te puedes arrojar al todo”.

Fue entonces cuando comenzó sus sesiones de psicoterapia con el siquiatra Claudio Naranjo, uno de los terapeutas pioneros en trabajar con drogas sicodélicas en Chile. Larraín empezó a experimentar con LSD, que era considerada en esos años ‘la droga de la verdad’, la única que permitía expandir la conciencia y sentirse en el presente.

Larraín se prendó del ácido y lo recomendó a todos sus amigos. A Carmen Silva, por ejemplo, le dijo que si miraba con ácido el pasto podría ver las raíces de la tierra.
Paz Huneeus -su ex pareja- lo conoció durante esas sesiones y lo encontró raro. Larraín caminaba mirando al suelo y no hablaba con nadie.

Un día, cuando ella y su novio querían tomar LSD fueron a buscar al doctor Naranjo a la casa de Larraín. El doctor les abrió la puerta.

-Nos dijo ‘no los puedo atender porque Queco está hablando con su papá’. Yo no podía creer que un hombre tan drogado, con no sé cuanto LSD encima, estuviera conversando con su papá. Le dije a mi pareja: ¡Qué tipo tan valiente, qué increíble, qué lanzado, qué interesante!

En la década del 60’, Sergio estudió pintura en el Bellas Artes con Adolfo Couve. Seguía siendo corresponsal de Mágnum, pero sus intereses se iban distanciando de la fotografía.
Piro Luzco, amigo de Larraín en esos años, lo acompañó varias a veces a sacar sus últimos fotorreportajes. En una oportunidad, manejó su auto y en el viaje conversaron acerca de la búsqueda espiritual que ambos tenían.

-Era tarde, casi de noche, cuando voy cruzando por la cuesta Barriga y empiezo a sentir que al fin andaba con alguien, con el que más allá de toda la plástica, teníamos un interés místico. Nos bajamos de la citroneta y nos juramos frente a la vía láctea que el que encontrara primero al maestro le avisaba a su compañero.

EL MISTICISMO

En 1968 Sergio creyó encontrar a su maestro: Óscar Ichazo. Un boliviano que ofrecía entrenamiento espiritual y que fijó su sede en la ciudad de Arica. Óscar decía que el condicionamiento social y la formación del ego le impedían a los seres humanos conocerse a sí mismos, a los demás y al mundo. Apenas lo oyó, Larraín quedó conmocionado.

Dejó todo lo que había alcanzado en Mágnum: fama, reconocimiento, poder. Y se fue a Arica con su amigo Teco Huneeus, a ‘hacer el camino’.

-Con el Queco nos preparamos varios meses para ir a Arica. Hicimos yoga, Kung fu y fuimos a psicoterapia. Teníamos la expectativa de saltar a otro nivel de conciencia. El Queco siempre fue un místico. Era de comunión diaria. Siempre quería encontrar a Dios. Según él, con el LSD tuvo una conexión divina. Él me contó que se había prometido ‘hacer el camino’ de verdad, porque con droga era todo prestado.

En Arica, Sergio vivió en una casa de adobe llamada ‘La Escuelita’, que estaba ubicada en el Valle de Azapa y donde el grupo se reunía todos los días después de las 7 de la tarde para hacer meditación y ejercicios.

-Hacíamos mantras que son repeticiones de sonidos RHAM para encontrar el vacío de la mente. También íbamos al desierto a cargar unas piedras pesadas que tenías que tirar desde un cerro y alcanzar a agarrarlas antes que terminaran de rodar. Hacíamos gritos de animales, de leones, de búfalos para liberar la fuerza chi. Y estaba ‘el traspaso de conciencia’ donde uno mira a su compañero a los ojos. Al Queco le encanta ese ejercicio porque te chupaba la energía – cuenta Paz.

Paz Huneeus llegó con su marido a ‘Arica’ cuando el grupo llevaba un año funcionando. Allí se encontró con Larraín, el único autorizado por Ichazo a tomar apuntes de sus planteamientos. Paz trabajó con él en un reportaje gráfico que estaba preparando sobre el movimiento. Larraín estaba contento, sentía que por fin había alcanzado la iluminación sin drogas. Por eso, le escribió una carta a Claudio Naranjo que decía ‘ven, este hombre nos da en frío todo lo que siempre hemos buscado con LSD, estás invitado’.

Ichazo era un tipo que encantaba con su manera de hablar, que hipnotizaba a cualquiera. Para Sergio su palabra era ley. Tanto así que un día Ichazo dijo ‘el hombre es con mujer’ y Larraín decidió comenzar una relación amorosa con Paz.

Todo marchó bien hasta que el ex fotógrafo sintió que había llegado a un nivel de iluminación donde podía conversar de igual a igual con su maestro. La relación entra ambos se puso tensa.
-Óscar comenzó a burlarse del Queco. Le decía ‘este fanático, este católico tan curruchupa’. Le había puesto un sobrenombre ‘hermano rabanito’ para reírse y todos le decían así. Y eso él nunca lo aceptó, se moría de vergüenza. Más que mal, era un fotógrafo famoso cuando llegó allá. Pero Óscar siempre lo tomó como a todos, para él no era especial- recuerda Paz.

A Sergio lo echaron de Arica y se vino a Santiago con el hijo que había tenido con Paz, Juan. Ya se había retirado de la fotografía y ahora sólo quería pintar.

Durante la dictadura, le allanaron su casa del Arrayán y le robaron todas sus cámaras, incluida la Leica con la cual había tomado sus mejores fotos. Larraín recorrió el país entero buscando un lugar donde vivir hasta que encontró una parcela en Tulahuén, al interior de Ovalle. Desde entonces, sólo algunos de sus amigos lo ven. Teco Huneeus es uno de ellos.

-Al Queco no le gusta ser etiquetado como fotógrafo. Yo creo que él quiere liberarse de ese rótulo. Hoy, él tiene propuesta social para hacer una convivencia más sana. Eso es lo que él ejerce y le gustaría que lo vieran como tal. La fotografía fue un medio para él. Pero en realidad Queco siempre fue un místico. Bueno o malo, ese es otro cuento.

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jueves, 16 de mayo de 2024

La Ermita

Michael Jones, se encaminó por el lado izquierdo debajo de unos matorrales.. ningún de los tres, no se podía ver , teníamos que estar con El Solitario, solo con El, en aquellas altas cumbres de la región de Coquimbo.

El aprendiz dirigió su caminar por el lado derecho, lo más alto posible instalo su refugio a lado de una gran roca, allí había calefaccion natural, pues en el día aquella roca recibía luz y calor del Padre Sol, y en la noche de su interior aquella monumental roca, respiraba calor.

Don Sergio nuestro Maestro se quedó en el centro, en una casa Ermita, construida por su fiel amigo , mediero, era como un familiar Aroldo, a ñeque levanto ese Convento en las altas cumbres.

Aquel primer día de Michael Jones , para el todo era nuevo, esas vista paradisíaca era un deleite para sus sentidos, el aprendiz había estado un mes en años pasados, con El Maestro y Daniel Silva, por eso eligió instalarse en la parte más alta y cerca de aquella roca.
Llega el ocaso , la hora violeta, comienza Venus y viene acompañada de más astro de luz , sobre nuestras cabezas, el Universo y sus galaxias, estan las leyes cósmicas, la noche es un libro abierto.

El Aprendiz con un coldelillo, de cáñamo las láminas gigantescas en pliegos de papel con tizas de colores dibujo uno a uno los Chacras, que en compañía del Solitario, trabajo en aquellas soledades los ejercicios superiores , entregado por su maestro, y que él había recibido de su Maestro Óscar Ichazo, allí están tres buscadores del vacío total.

En esa oportunidad solo con el solitario sentado en una piedra, el cerro del frente El instructor nombró los Cerros de W U , se comenzaron a transformar, atónito solo observaba, aparecían figura precolombina, no sabía cómo reaccionar o que pensar, regalo de Díos o aperturas de portales.
La primera subida a la Ermita fue un mes y medio El Instructor, Daniel Silva, y quien escribe, con Michael Jones fue más reducida solo una semana, aún tengo nuestra despedida del Instructor , el se quedó en la Ermita un par de meses solo con El Solitario, lo veo levantado su mano de despedida en su Convento de la montaña.

GaticaAraya
Alham du lilah

Continuará

domingo, 4 de febrero de 2024

Prometo no molestar 
con palabras cursi 
el amor ha muerto, 
no somos nada, 
solo alimentos 
para gusanos,
que esperan 
un desenlace fatal.

Para asistir al festín.

miércoles, 17 de enero de 2024

Don Sergio adolescente, continua estudiando y leyendo los textos espirituales, que luego serían la BIBLIOTECA ESPIRITUAL OBJETIVAS.

  Retratando Valparaiso, en cierta ocasión me relato, que cuando bajaba al puerto su compañero eran su Leica  un saco de dormir, en el día cuando amanecía bajaba a la playa escondía su saco , para el anochecer recuperar su cobijo,  se instalaba en los cerros, escalera, se camuflaban con los elementos muros de piedras con cemento, etc, cierta noche unos ladrones escapando de un robo, pasaron sobre él, sin darse cuenta un joven sergio , estaba alli con su tesoro una Leica  sus 2 cartuchos, con sus maravillosas instantánea del puerto.

En casa de su padre lo visitaban grandes artista de la época , Neruda, Matta, etc

Su Madre muy piadosas, en ese tiempo conoce  ayuda a Padre Hurtado, en el naciente hogar de cristo le solicitaron, un reportaje fotográfico sobres los niños de la calle, para reunir fondo.

El continua con su cajita mágica paseándose por chile, retrata la reforma agraria, saca fotos para la revista zig zag.

Vende unas fotografías a un museo de la imagen en el país del norte.
Llegan a manos del fundador de la agencia magnun, y lo invita a formar parte de su agencia.

Así parte a París, el dominaba el lenguaje francés a fluidez, ya que en su casa tenía una institutriz del país de Europa Francia, alli le encargan varios trabajo, el portafolio de valparaiso lo presenta en una revista suiza, con texto de Pablo Neruda, que mas adelante nuevamente se juntaran para una obra cumbre LA CASA EN LA ARENA, de una editorial española de la colección textos y imagen, con un poeta brasileño edita su primer libro EL RECTÁNGULO EN LA MANO.

Don Sergio luego trabaja para varias revistas internacionales, life, paris mach, etc.

Pero dentro de él , continua la búsqueda espiritual, se retira a templana edad y llega a Santiago de Chile, conoce a un hombre que fue el primer adulto que lo encontró coherente fue Hector Fernández, a quien le dedico su libro LA REALIDAD, tambien en ese tiempo conoce a Claudio Naranjo, y comienza a experimentar técnicas para aquietar su mente y ver el poder de Dios.

Se instala en Santiago  instala una agencia de publicidad ,tambien trabaja en revista Paula.

Se inscriben en el museo de bella artes, para mantener en practica su ojos, quiere conocer la técnica del óleo.

Pero se desanima pues se da cuenta que mucha gente que alli están solo le interesa su sueldo  no tienen vocación ma nada, alli hay una gran persona Adolfo Couve, quien le comienza a enseñar un método del renacimiento de pasar la realidad al rectángulo de lino, es un método todo lo mínimo, 3 pinceles , 7 colores , trementina, mediuns, una paleta, espátula, y a capturar el momento a él le fascinó este método pues lo resultados eran inmediato no como la fotografia que eran bastantes pasos , hasta tener el resultados en sus manos.este método él lo acopló al yoga artesanal.

Continúan los días meses, alli conoce a Violeta Parra, su amigo el escritor Jorge se la presenta pues ella necesitaba un fotógrafo y chófer.

Cierto día Hector Fernández, le indica que en Argentina a un místico que es conocedor de una gran técnica espiritual árabe.

 Este Señor de nombre Oscar Ichazo esta al otra lado de la cordillera él viaja a tener contacto y ver si es verdad o es un farsante, le indica que en Argentina a un místico que es conocedor de una gran técnica espiritual árabe. Este Señor de nombre Oscar Ichazo esta al otra lado de la cordillera él viaja a tener contacto y ver si es verdad o es un farsante.

Se encuentran en Argentina, ambos tienen casi la misma edad tres décadas, allí Ichazo, le da charlas en varios café , de Buenos Aires, cerraban un café, continuaban en otro y otro y otro. Ichazo le habla de Los Eneagrama, de las Leyes Trinitaria y Septenaria, de las Mentaciones, de la Kine, Neuno, eido, de los ejercicios del W u , de Reducción de Egos, Don Sergio regresa a la capital de Chile, con su cabeza llena de ideas , que no entendía, y trataba de ordenar, el pensamiento lo hizo dudar de la autenticidad de Ichazo, en Santiago se reúne nuevamente con Héctor Fernández, y le relata  su experiencia en Buenos Aires.

martes, 3 de octubre de 2023

Los Mantos

HISTORIA de un CAMPAMENTO MINERO.

LOS MANTOS de PUNITAQUI 
Provincia del Limari. Comuna de Punitaqui 
Región de Coquimbo. Chile

Amanece, la luna se esconde tras del cerro grande, los gallos, nos despiertan , más Don Toribio, hace sonar el pito, para que los turnos , entre tanto Don Toribio, dialoga con  Jelvez Delzo, de regreso hacia su casa ubicada atrás del Teatro, donde también vivía yo con mi Padres , Olga mi hermana, con un loro que se escapó en la una ocasión , con patos, gallinas , gatos, pavos, perro, volvamos a ese caminar de Don Toribio con  Jelvez Delzo  el dialogando con su propio yo , le decía tenemos que retirarnos de esta compañía, ya nos estamos poniendo viejo y estamos cansado. . Toribio, tenía grandes y entretenidos diálogos con Jelvez Delzo, su Sra Melanea López  y su hijo Óscar y sus mujercitas Melanea Jélvez López, Alba Jélvez López,  Olga Jélvez López,  Gladys Jélvez López, Virginia Jélvez López,  Lucía Jélvez López, conocía a Toribio, y sus peculiares diálogos consigo mismo.

Continúa el ese proceso de robarle las riquezas a la madre tierra, soy hijo de Tomas y Lucila,  él trabajaba en la Maestranza , en su torno dando forma a piezas con su girar eterno en ese espacio con olor a aceite y metal quemado, también bajaba a la fundición a darle nuevas forma al bronce y aluminio , también caminaba hacia la bodega donde estaba  Gallardo , a cargo de esas bodegas, más arriba estaban los laboratorios donde se realizaban el muestreo de los metales para saber las leyes, habían, también la planta con su torreón de acero donde estaba la jaula donde los mineros bajaban a las entraña de la tierra, a usurparle sus riquezas, desde la planta se veía completo el campamento, con su avenida de moras, , su hoyo con agua, su cantera, la pulpería, y sus campamento de oro que El Sol lo hacía resplandecer , con un Dorado de pepitas de Oro, también se veía la quebrada y su cancha de fútbol y el bosque,  esa quebrada que en años buenos bajaba bramando cuesta abajo, con la fuerza de la naturaleza, Mantos de riquezas , riquezas de tanta vegetación que el hombre con sus ambiciones va destrozando su habitad, por un monto de dinero, para satisfacer las hambres personales. 

Mi Padre con sus mamelucos de mezclilla, con su jockes,  sus camisas de lanilla, su pucho en sus labios,  no se lo sacaba, no se le caí su ceniza, mi madre en casa cuidando patos, gallinas, pavos , cultivando sus rosas blancas, cuidando sus nísperos, paltos, cedron, duraznos, damascos , cañas , parrones de unas uvas negras con sabor a cielo.

Por El Salto del Agua, viene El Padre  Sol, iluminando ese pequeño campamento de casa pintadas en oro y letras de plata, por sus calle corrían bolitas de mercurio, desde las chimeneas de los hogares mantinos comienzan a dibujar en el cielo figuras con las ayuda del viento, comienzan a llegar a nuestras narices olores al amanecer.

En cada hogar se preparar para comenzar un nuevo  dia, en la madrugada Don Jorge Roco, prepara su micro, para salir a las sietes de la madrugada, los dias lunes, miercoles, viernes se realizaban dos viajes y los otros dias que no eran de feria un solo recorrido, nuestra  locomoción para viajar a la gran ciudad Ovalle, en el viaje se recorrido por Pueblo Nuevo, luego la calle larga y única Caupolicán , de Punitaqui, pasar quebradas, para pasar por las ramadas, un allí había un desvío hacia Camarico, el camino era de tierra y lleno de calaminas veníamos dentro de una batidora, subiamos por la cuesta del hinojos, para ver bellos valles en ese tiempo remoto estaban deshabitado y sólo esperando las lluvias para la siembras de trigo a rulo , estaba Nueva Aurora, el cruce hacia El Altar, subíamos y llegábamos a La Cruz Colorada, y continuaba el gran viaje hacia Ovalle, pronto estaría Los Dos Aviones, para comenzar a ver a lo lejo en el valle la ciudad, los Leices asomaban a nuestras pupilas, el río Limari, pronto se cruzaba el puente nos recibían los olores del bosques a la entrada de esta pequeña gran ciudad, recorríamos cuadras más cuadras hasta llegar a la alameda, allí frente a Grandes Tiendas La Campana, se estacionaba el bus,  desde allí los habitantes recorrían todos los negocios, en tiempo más atrás me relata un tío Hector Araya Rojas, que todos llevaban sus cosas en unos sacos de harina del Molino Corral.  

Y subía el pioneta, el cargamento , le decían con la boca amarrada, pues el saco le hacían un gran nudo para cerrar el hocico de ese saco de osnaburgo, cuando los pasajero se bajaban quedaba la confusión, pues todos los sacos eran similares. 

En ese tiempo allí estaba la feria libre, estaba todo en esa maravillosa Alameda  , allí estaba un fotógrafo minutero con su caja para detener el tiempo,  llevar la plancha y el positivo con ese instante robado al tiempo, anterior  a esta micro de Jorge  Roco estaba la Esmeralda, anterior algunas góndola mezcla de camión , con micro .

Estaba  Marcos Godoy Ponce  le decian el tranquilin, muy caballero ,tierno amoroso amaba a sus 3 hijas Grima , Marta,  Ema  casada con Armando Garay  era albañil, como su suegro  , que siempre se saludaban como estay Garay bien Godoy.. Garay era carnicero y faenaba chancho, porcino , o puerco que es lo mismo.

Oscar Henriquez, más conocido como negrito Pino , quien era nuestro encargado del Teatro y de la música al atardecer, recuerdo a Javier Solís , Antonio Aguilar,  la música viajaba por los aire e invadía con sus bellas melodías alegrando el atardecer y crepúsculo de todos los habitantes del Campamento y sus alrededores , cuando soplaba el viento su música viajaba hasta media luna, y el salto del agua.

Recuerdo que con mi madre y Olga mi hermana, íbamos hacia unas minas de sapolio , a buscar ese limpiador de excelente propiedades, para las limpiezas de las ollas , para dejarlas como espejos. De regreso, pasamos a la bomba a buscar frutas, el bombero Montenegro, en ese instante estaba podando los blancos Rosales, y nos enseña , como hacer los cortes a las matitas de rosas, y asi ellas , se embellecen cual miss Universo.

El Teatro tenía dos palcos con sillones de cuero negro que se ubicaban cerca de donde se proyectaban esas mágicas películas del antaño, cine mexicano, europeo, de Estados Unidos ,  recuerdo una historia real llega al campamento una familia de un villorrio, donde nunca había visto la magia del cine, ni de radios, en ese tiempo aún ni llegaba la televisión al poblado,. Los hermanos lo llamaré Pedro y Juan , se instalan en el piso de tabla, al lado estaba quien hace este relata en ese tiempo de 7 años, es una película del lejano Oeste, comienza la función, todo era normal ,hasta que de pronto de esa pantalla viene un tren a lo lejos, eran un gran  telón y estos niños salen arrancando, gritando .

Todo el Teatro se comenzó a reír de risas de gran sonoridad, esos niños pensaban que era un tren de verdad que lo iba a aniquilar.

Aún recuerdo esa película chilena largo viaje, donde el protagonista es un niñito pequeño, que corre tras las alas de su hermano un angelito que falleció , antiguamente lo velaban de esa forma, en Los Mantos fui al velorio de un angelito, estaba frente al negocio de Liborio Rojas y su señora Lucila.

En ese tiempo cuando se proyectaban en Punitaqui y los mantos la misma película , así que había un ciclista que corría con los rollo de aquí para allá  de allá para acá, así se demoraba solo había que esperar , era los mismo para los dos pueblos, habían galería unas banca de madera, bien dura aquellas asientos,  los demás se sentaban sobre el piso de tabla.

Don Juan Escudero, era un comerciante de tela y ropa , casado con la Sra Elisa, él comenzó caminando vendiendo su mercadería , luego una bicicleta, para luego en su Hermoso cucaracho negro, un auto que se lo vendió un jefe de la mina del Delirio, que quedaba cerca del campamento , el con su cucaracho negro se estacionaba en la oficina de pago y allí los trabajadores con su sobre de pago , hacían sus compran, para llegar a sus hogares con telas multicolores y calcetas ropa interior de un todo, y también existía en el Campamento La Pulpería, y varias carnicerías,  Don Alamiro el mascalatabaca, con sus helados de canela, frutilla, no recuerdo si tenía de Mora, con su carretón tirado por su fiel asno recorría el campamento.

Osvaldo Cuello conocido como foto romance era el fotógrafo del campamento , llegando en su bicicleta Oxford, con su cámara fotográfica al cuello, y su bolso con las fotos a entregar, realizada por el mismo ,en su cuarto oscuro, en Pueblo Viejo, el también retrataba a los Punitaqui, Pueblo Viejo y Pueblo Nuevo, la delirio, los Perales, Manquehua.

Anteriormente varios años hacia atrás había un peluquero y fotógrafo Isaías  Ramirez.

Ester Donoso, peluquera vivía frente a Don Oscar Castillo, su Sra Nilda Vega, con sus hijos Vilma, Carlos, Betty , José, Gloria, Óscar, María, nacieron en El campamento ,la partera doña Olga Baeza, de Pueblo Nuevo,   Claudio y Patricio nacieron en Ovalle , son Ovallino de nacimiento.

Muchos mantinos después emigraron hacia La Perla Verde del Limari Ovalle, en las Poblaciones Fray Jorge , Población Limari, Carnelitana, José Tomás Ovalle, Atena, otros por Coquimbo, a Punitaqui un gran número de Mantinos.

Sra Ester casada el maestro Oscar Guerrero, gran Soldador de la maestranza., y bueno para empina el codo, junto con El Maestro Miguel Contrera, quien llegó primero , como administrador del casino, junto con su buena moza Sra Silvia de hermosos ojos verdes, allí llegaron con sus hijos, María José, y dos más que no recuerdo su nuevo mire, él debido a su vicio de bebedor , se retiraron del casino, quedando la Sra Uberlinda Egaña, su esposo Don Ernesto Jofre, en tanto Don Miguel se comenzó a desempeñar con mueblista.

 Hacia la planta cargado de metales un antiguo Ford, que para el arranque usaban una manivela, era conducido por Richard, lo recuerdo con sombrero de paño y un reloj de cadena, dicen que el le pasó billete a la compañía, pues Los Mantos estaba en quiebra entre los años 1965 a 1972 , a él le decían el billete largo.

Camino hacia El Salto del agua , había, primero subiendo hacia la Puntilla donde vivían Los Palmas, y más allá, la casa de Bomba, donde sacaban aguas para los 3 Estaques, que nos abastecían de ese oro líquido trasparente ese oro es vida, es sobrevivencia, había uno sobre El campamento , que se dividía en sectores, uno con una corrida de baños que los mantenía como espejo,y desinfectado con Kreolina, El Majunja , esas casa tenian los dormitorios, y comedor, en un sector, y saliendo hacia el frente la cocina, los baños eran comunes.

El otro sector estaba todo unidos, la casa completa, luego estaban las piezas de los solteros, la casa de huéspedes , la gran casa del administrador , y más allá estaba La Maestranza , las bodegas, fundición , planta, aserradero, retén de carabineros, nuestras Escuela, oficinas de administración , y esas casonas que estaban atrás de La Escuela.

Amanece en este campamento dorado, en la noche anterior Toribio Jelves, hizo sonar el pinto a  medianoche, en el Campamento hubo fiesta de año nuevo, en los cerros que atrapan al pequeño Campamento, se encendieron varios salitrones, que iluminaron  El Campamento, como a su vecino Pueblo Nuevo, al otro lado del cerro también había jarana, allí estaba la mina Delirio, con su campamento pero ellos estaban cerca del Cerro Grande.

En El Campamento se cerraba con Arrayanes y Maitenes, traído de Los Castilletes , donde los árboles enraizado de este paraje paradisíaco, todos mantinos tiene los aromas de Los Mantos, salvia, espinos, boldo, ñipas, quillalles, litre, y árboles emigrantes como Morera, pinos, eucaliptos, y en esa casa de bomba, allí el bombero, cuidaba un paraíso.

El lugar de la fiesta era entre La Pulpería, y el Teatro allí con piso de tierra, y lleno de ampolletas de colores y guirnaldas. Desde Ovalle llegaba la música, además el negrito Pino, era el dj con sus vinilos de los 50, 60, 70.

El trago corría como cuando bajaba la quebrada,  cuando el año era bueno.

Desde Pueblo Nuevo, llegaban los pueblerinos, a gastar las suelas de los zapatos, sus remesas del pirqui, a los Mantinos le entregaban un sobres con Los Escudos, billetes grandes , como el diario el mercurio de la capital.

Allí los habitantes se daban el abrazo de año nuevo, con salitrones ardiendo en los cuatros puntos cardinales, y negrito Pino con su vinilo del Himno Nacional, allí un gran emblema Patrios flameaban al vientos en las Torres una en la planta de molienda, y la otra en el huiches que estaba cerca de la cantera, en donde trabajaba Romelio Arrau, y Toribio mientras hacía sonar la sirena. Las aves despertaban en la cantera, esa noche nadie dormiría .

Jelves dialogaba con Toribio de historia que si uno recuerda es lo que está sucediendo ahora.

Pablo Gallardo Habitante del Poblado de oro , mercurio  cuarzo, herrero, músico con su violín, su batería llena de tambores... Hombre de piel clara, amigos de sus amigos, tenía una banda de tres músicos,  sus brazos fuertes, a la vez suave, para sacar melodías de aquel antiguo violín,  casado con la Sra Ester , su familia numerosa, vivían cerca de la Pulpería, a sus puertas pasaba la locomoción, y hacia atrás un camino que nos llevaba al bosque y a la cancha de fútbol, donde el equipo de fútbol era invencible, allí estaba Oscar Castillo, Israel  Pereira, el Pituco Arrau, muchos más, esa cancha era de grandes dimensiones.

Volviendo Donde Don Pablo, recuerdo una escena en el casino del campamento, donde estaba a cargo del matrimonio Jofre Egaña, allí mi Padre aficionado al vino tinto, que por su garganta corría como agua de la quebrada del campamento, allí la banda le tocaba música , allí Pablo Gallardo llevaba la batuta.

Pablo trabajaba en el taller mina, en el oficio de herrero con Valenzuela ,allí el acero se volvía mantequilla, en el crisol alimentado de carbón coke, el acero, se sometió a sus manos fuertes para rejuvenecer. 

Camino hacia el pequeño huiche, que lo operaba Don Romelio Arrau , Anerico , y El Huinchero Rojas. 

Si subíamos esa pequeña Loma encontraríamos la cantera, aún puedo oler , El Paraíso Verde,   ya no existe sólo quedaron los recuerdos.

Aliro Moya administrador de la Pulpería del campamento. Casado con Angelita 
Moya en un sinfín de viajar a la capital, en uno de los tantos viajes, se encontró en la ruta a la Señora Muerte, con su guadaña y su atemorizante traje negro, y su rostro de bella facciones , de un solo golpe cercenó de un solo golpe su cordón de plata, que unía su cuerpo físico, al etéreo. Hasta aquí llegó tu existir Arturo, y allá en esa rutas desoladas quedó tu cuerpo inerte, esperando su cristiana sepultura.

La administración del campamento se encargó de llevar tu cuerpo a la sede del sindicato.

Tu cuerpo vestido de un impecable traje negro, con una camisa alba virgen, como doncella de piel de seda y nieve.

Te calzaron de unos zapatos guantes de suela que a los que te pusieron el calzados le dio envidia. Y te querían hurtar, tus calzados, para tu caminar eterno.

Tu cuerpo frío y rígido fue puestos en aquella , urna de madera de álamo, con un forro de terciopelo negro, algunos adornos , hacían volar la imaginación , que parecía una noche estrellada, en ese pequeño Campamento minero de Los Mantos.

Llegaron los velones para alumbrar tu camino , Aliro, el espacio se inundó de varios olores, flores, humo, alcohol, pena, lágrimas, y el olor a vela encendidas, que consumía cera y pábilos de algodón.
Debajo de tu urna una fuente enlozada con agua cristalina, quizás para que.
Aquellas noches un sinfín de historia relataban los concurrentes, entre tabaco y navegado.

Aclara el día, tus familiares en vigilia, con ojeras oscuras, y mareado, con el olor a flores y alguna abejas, medias pérdidas buscan néctar en aquellas flores mortecina.

En la tarde el corteja se dirige ,hacia Pueblo Viejo, para su rito de sepultacion,  comienza el ingreso las personas que llevan la caja mortuoria con un rígido Aliro en su interior, el sacerdote inunda el interior de la iglesia de incienso, nuevamente se mezclan los olores, concluye, e rito cristianos, y el cortejo de dirigen al cementerios Parroquial, a los pies del Cerro Grande, entre Pueblo Viejo y el Poblado de El Toro, cerca de Punitaqui, con unos cordeles depositan en el sepulcro su última cama eterno.

 Comienza el polvo a inundar el aire de aquel campo santo, y el sonido de la tierra golpeando la madera rompen los sollozos y se comienza a oír el grito de la madera, hasta quedar en silencio y sólo el acero de las palas al lanzar la tierra, se comienza a elevar un montaña y en esa cima clavando una cruz de madera pintada de negro con una letras blancas que dicen tu nombre Aliro Moya tu fecha de nacimiento y tu fecha de partida.
Serás sólo un recuerdo.

El administrador del campamento a tu viuda la Sra Angelita y sus hijos Arturo, Elizabeth hermana Lupita soltera le ofrece que se hagan cargo del casino del campamento, ellas aceptan y ese lugar luego  los parroquianos le colocan el apodos de las cotorras.

 Entre cerros , con olor a salvia, a romero de la tierra, yerba de san juan,  ñipas, el compadre litres que al pasar le saludábamos, y yo le pasaba la mano.

 Mollacas, molles, palqui,  esos olor a bosques, pinos e eucaliptos,manzanillas,  quillay, espino, palqui extranjero, sanguinaria , la pichanilla, materia para hacer una buenas escobas, para dejar  el suelo mantinos,.lustroso , como calzados en fiesta, las moreras con sus moras de varios colores que teñían el suelo de mil matices, cuando los vehículos,  personas, trascurría sus pasos hacia su hogar de la faena diaria, o de la escuela .

El olor a lavandas,  que decir del fiel arrayán compañeros de fiestas patrias, en el Campamento, guallacan, que mi padre en su girar eterno me construyó un trompo,  a Olga mi hermana un collar con un rubí, gracias padre mio, que partiste tan  temprano en febrero de 1973.

En cada hogar habían centenares de árboles frutales, más plantas medicinales, más plantas para enriquecer , el alimentos de cada día.

Y ese paraíso encantado, la cantera, hogar de centenares de aves del inmenso cielo Mantinos, recuerdo ese canal de piedras con cemento, que bajaba de la cantera hasta llegar a la quebrada, donde era un jardín natural donde las campanita de diferentes colores , asemejaban miles de soles , en esa arenilla, que brillaba el oro.

Las Alcaparras, teñían el celeste del cielo, con sus amarillos anaranjados, monte Santo que con la infusión de tus flores, nos recuperábamos rápidamente de las enfermedades.

Y esa tierra era única, mezcla de arenilla de un tono ocre,  tierra suave,  ese hoyo con sus aguas color verdes esmeralda, donde soñaba navegar en una batea, desde la esquina contemplaba, ese pequeño lago.

Cuenta los antiguos pobladores del campamento, que no existía. Ese hundimiento o como llaman en la actualidad evento.

En ese terreno llegaban los circos, y instalaban sus carpas, para sus funciones.

 Bloques rectangular de casas amarillas, y café moro, cada con una letra, de color blanco, era oro al amanecer, plata al anochecer.

Recuerdo después de una gran lluvia, por las calles mantinas encontré pelotitas de mercurio .brasas de plata que en mi palma de mi mano, querían ser océano.

Habitantes,  cariñosos  unidos, que aún a pesar de décadas que emigramos de aquel sitio,  ahora no existe, sólo está en nuestros recuerdos, allí se proyectarán nuestras vivencias por las mágicas, palabras.

 Éramos uno solo, todos hermanos, no conocíamos la maldad.

Existían La Pulpería , El Teatro con sus funciones de cine, obras de Teatro,  giras de artistas nacionales.

Existían pequeños negocios para los habitantes de ese Campamento, la Sra Lucila esposa de Don Liborio Rojas, el negocio del villar, la Sra  Meneses.

Un lugar cerca del cerro donde El Billar, allí había unas mesas de Pool, y también era botillería,  negocios, allí se iba a comprar víveres  cigarrillos;  Nevada, Montaña .

Y bajaban de Manquehua el Sr Canivilo con sus burros con frutas de la temporada, y aguardiente que le traía a mi Padre Don Tomas Eduardo Gatica Fernández, casado co la Sra Lucila Mercedes Araya Rojas, ella era de Pueblo Nuevo, hija de Don Ramón Alberto Araya, Doña Olga Rojas Alfaro, ellos vivían en Pueblo Nuevo  cerca de la llave del agua , cerca de las llaves del agua y al lado de los estanques de petróleo, vivía la Sra. Laura, casado con Don Tomasin,  personajes de Pueblo Nuevo.

Tierra de oro, mercurio , de un colegio Eulogio Sánchez, con aroma a Mora, salvia, ese olor mágico , a tierra arenosa de la quebrada, con su mini selva en la cantera, con todos como una gran familia, no existía, la maldad, no existía la desconfianza, este era un mini a Reino, con sus casa amarilla, con sus letras, por Block, su pulpería, su Teatro, donde nos trasladábamos al mundo de la fantasía, viajábamos a otros países , su retén con tres carabineros a caballos, y sus uvas coco de gallo, y la casa de bomba donde habían árboles frutales,y flores uno subía hacia la puntilla y desde allí se veía verde , era la casa de bomba, que nutria agua para el campamento y para la planta con sus torre que la veíamos en nuestra infancias y también , la miramos cuando trasladarán el gran torreón , de acero , después me dijeron hacia Punta Arena, , yo soy  el Lalo Gatica, hermano de la Olga, hijo de la Sra Lucia y Don Tomás, con la música al atardecer, los boleros, Javier Solís, Lucho Gatica, etc.

Sus comerciante que bajaban en caravana desde maquehua, media luna, centinela, el huacho, agua amarilla, tiempos de glorias Mantos de Punitaqui.
Volveremos a  relatar, de los comerciantes, que  llegaban del campo a vender sus productos Igual la Sra Rosita con sus canastos  con huevitos de gallina de campo, y frutas de temporadas como las peras de Pascua, pera chancha, brevas con sus hojas lechosas, empanaditas de alcoyota con betún de clara de huevos y azúcar flor, granadas, y recuerdo un libreta donde anotabas las cuentas y en ella llevaba las tablas de multiplicar,  y una pesa de mano de broce reluciente ella llegaba en los buses que venían del campo y su meta era la gran urbe de Ovalle.

Recuerdo a El Señor Alamiro con sus helados de canela que él lo fabricaba ,  en su carretón añoso, tirado por su fiel burrito recorría el Campamento con sus obras personales, que aún que han pasado miles de décadas aun en mis labios están los sabores de esos ricos barquillos, y si. comenzamos a caminar, estaban los departamentos de los solteros,  allí había una carnicería que trabajaba Don Ruben Maldonado , casado con la Sra Olga Perez se conocía como filete.

 Estaba casa casa de huéspedes ,  cruzando la calle el casino, más allá las oficinas de administración , hacia abajo estaba la quebrada,  al frente estaba la planta de mercurio,  las minas de donde sacaban oro, mercurio, y mas minerales.

Si continuamos por la avenidas de moras, llevamos a la casa del administrador,  la casa de huéspedes.

Antes habían unas canchas de tenis, al frente una multicancha, donde desde la escuela nos llevaban hacer educación física .

Estaba la Maestranza ,   allí mismo estaba la fundición , y al lado  El Retén de Carabinero,  al frente  nuestras Escuela  Eulogio Sanchez, en forma de U ,  al lado una casonas mas grandes donde vivían Los Goñia, Los Zepeda, Silva, etc..  hacia el cerro que nos separaba de la Delirio, estaba la Gran Planta, con su grandes relaves de minerales que estaban lleno de oro, más allá exista el Campamento El Alba, con su Gran Casa de Fuerza con el enfriadero  y sus estaque de petróleo , y allí estaba Pueblo Nuevo.

El Campamento era de concreto armado con palos de Robles, y piso de madera en el sector del teatro y pulpería, las casa de los costado tenían su cocina y baño, con ducha y para el excusado sobre había un estanque de fierro fundido y uno tiraba la cadena, y en la cocina eran de 3 x 3 metros con una cocina de fierro fundido que se utlizaban leña, en ese tiempo estaban saliendo las primeras cocinas a gas licuado , esto era por los años 50 a 73 luego este campamento fue arrasado en el gobierno militar. Tenía una sala a la entrada , luego un dormitorio, la cocina el baño y un patio inmenso , en este campamento , tenias luz, agua, alcantarillado , cine , teatro posta, escuela.

Una pequeña capilla, a cargo de la Señorita Delia , recuerdo que pequeño recorría las calles del campamento, invitando a los feligreses al mes de Maria, o a una misa dominical, con una campanita de bronce, lo que es la vida, a pesar que han pasados varias décadas aún hago sonar una pequeña Campanita de bronce, ahora para llegar al presente al Aquí y Ahora.

Pulpería, carnicería, botillería, negocios, y una micro de Don Jorge Roco, en la cuales nos traen , al circo, a la fiesta del niño Dios de Sotaqui, fiesta de La Virgen del Rosario de Andacollo, a la Virgen de Manquehua, que hacen la fiesta el ultimo domingo de octubre, en esta micro nos traían a la Herradura , Tongoy, Guanaquero, y esta micro en ese tiempo venia a Ovalle pero se realizaba una sola vuelta nos traía templando en la mañana y retornaba en la tarde , y salíamos del mercado municipal de Ovalle.

Año 1955, llega al Campamento un circo los jotes humanos, con su domador de leones, su elefante Dumbo, y los monos motoquero.
Los niños corren al lado de la caravana , desde pueblo hasta cerca de los corrales por allí estaba El Teatro, la Pulpería y el Economato, un especie de mini Moll, con hortalizas, víveres, y módulos de talleres femenino, donde tenían máquina de coser, y gastronomía y pastelería.
 chilena.
Corren los pelusitas con su rostros radiantes de alegría, unos payasos gritan pasen el domingo hay función matinee,  vermunt, y noche.

Desmontaje del los cacharros, y comienzan el armado, cuñas, combos iban y venían.

Los Pequeños Mantino, miran a los monos , y de repente ven a uno que con un palo , hace como si está tocando un violín, uno grita el monito violinista, y otro grita Don Pablo toca el violín, la batería.
Y otro pelusa grita es El Monito Pablo.

La Sra Olga De Maldonado, le llega de los trigos , harina blanca y harina candeal, le dice a Rubén más conocido con Filete, pues trabajaba también en una carnicería y a todos le ofrece Filete de primer corte.

Ella comienza hacer masa madre, para hacer el buen pancitos amasado para el tecito, en ese campamento algunas cocinas tienen un horno, con grandes planchas de acero sus chimenea, con leña que traían en caravana, en burros y mulares desde Manquehua, media luna, los castillos, y algunos de viña  vieja.

Un kilo de harina, medio de harina integral, una malta , ante que se la tome  Rubén, y un litro de agua.y la guarda por 24 hrs en un aparador de la cocina.

Amanece cerca de la mina enviado oxígeno a las galerías subterráneas en la casa de compresores un trabajador conversar contigo consigo mismo.
Toribio le pregunto a Gelves, iremos a tomar al rancho, donde las cotorras.que dices Gelves vamos Toribio , a medio día en el descanso.

El Huichero Rojas , sacando y enviando a gente en la jaula, a las galerías

Braman las torrentosas agua , caídas del alto cielo, por un temporal de Julio, bajan por las quebradas de los Castillos, del Salto del agua , por aquellas rocas vivas pulidas por lluvias anteriores, pasa cerca de la casa amarilla, quedan aislada los habitantes de Los Mantos, Delirio, Pueblo Nuevo, Los Mantinos miran  danzar  las aguas turbias, que van en bajada a unirse al Estero de Punitaqui,  desde allí conocer ese océano Pacífico, fundirse , con las aguas saladas, llevando pepitas de oro, que codician los hombres, para amasar su poderío, aumentar sus egos personales. 

Quedan por la ruta esos minúsculos soles, de la Pachamama.

Varios poblados aislado, pero felices por las bendiciones del cielo, esas aguitas dará alimentos a las napas subterráneas, desde allí esos molinos de viento, girarán, sacando agua de las profundidades de la bendita tierra , para la sobrevivencia de la flora y fauna . 

También nosotros somos los depredadores, saqueadores de su vida y riquezas ,y somos contaminantes, por nuestra avaricia,y hambre de poder.

En las casa saldrá olores a picarones, con chancaca,  esas teteras de negro rostro, cantará llamando a tomar tecito, con picarones.

Después de los grandes aguaceros del invierno, llega la Señorita Primavera, con las llanuras, y cumbres tapizadas de una armonía en verde

La Administración del Campamento, tienen y en marchas en celebración dieciochera, comienza remozando, el Campamento , el Pueblo Vecino es pintado con cal, preparado con pencas de Tunas, más sal, ellos lo habían , dejado en remojo la cal, con los otros ingredientes.
En cada vivienda , por más humildes, flamea el emblema Patrios.

En la entrada hacia el Campamento , un gran letrero electrónico, de ampolletas, pintadas de blanco, azul, y rojo , con una sincronización de las luces, que los mantinos, nos quedamos atónito, por tanta tecnología.

En este tablero iba una lectura 
 VIVA CHILE
1810 *** 1969.

La avenidas de mora se pintaban de blanco, con cal, y se engalanaban de guirnaldas tricolores. 
Las acacias, perfuman cada rincón del campamento, los rosales de la administración, y de la casa de huéspedes; son un Arcoiris, en cada hogar la primavera, era una invitada de la naturaleza, los mantinos, le copian y vienen a Ovalle , en la micro de Don Jorge Roco, a comprar pieza de géneros , para tener sus trajes de China, y los varones, se mandan a confeccionar , sus pinta  , en las sastrería de la capital provincial, para las fiestas patrias.

En Pueblo Nuevo, van cobrando por pintar las casas, y está el acarreó de agua en dos grandes tarros con un palo con dos ganchos .

Varios niños, llevan las viandas, enlozadas, de un albo radiante, y una tapa negra, y gancho negro, y en la parte inferior un enlozado reforzado, con respiradero, donde iba brasas encendidas de carbón de espino, para mantener calientes , los porotos, con trigo majado, y un causeo de patitas de vaca, con papas cocidas, y un poco de ahí color, con comino.

Otros escarbaban la tierra, buscando en el pirquines, con su capacho, apilar una remesa, que le diera buena ley, y tener algunos Escudos, para gastas en esta próxima fiestas Patrias.

El Administrador Horario Gallo, entrega fondos al sindicato, para las fiestas del 1969. 

Parte una camioneta hacia la capital Santiago de Chile, a traer fuego de artificiales,  globos de papel, que con Calor se elevarán por los cielos del campamento.

Un camión con un par de trabajadores, con un par de machetes, se dirigen hacías la quebrada de los castillos, a buscar montes para ser la ramada oficial en en corral, en que estaba en un sector la Pulpería, en un sector, en el otro costado, una oficina,  el Teatro del campamento y un inmueble del sindicato, allí seria la fiesta por una semana de jarana.

Una media docena de trabajadores, comienzan a cerca el corral de maderos de color café moro, con las ramas de arrayanes, y alambrado, para afirmar, el cerco.

Comienza a pintar las ampolletas, y a colocar las decoraciones tricolores, y se publica , el programa, cada sector del campamento, tendrá que decorar su pasajes, el día 17 comenzará una comitiva a recorrer las calles, para que la mejor se llevará un trofeo, más otros premios , bebestible, y comestibles.

Los Maldonado Perez, comienzan hacer volantines, los Palmas hacen unos cometas gigantesco, que lo harán volar en La Papilla , de Los Mantos el 19, y el 20 a La Papilla de Pueblo Nuevo.

En La Escuela Particular n 20  Eulogio Sanchez Errázuriz, ( Eulogio, fue el Presidente de La Sociedad Anónima Minera Los Mantos de Punitaqui, el fue un gran aviador, cuando se le puso el nombre , el había fallecido,  en su memoria, La Escuela llevaría su nombre.
El Director en ese tiempo era Enrique Chiu
Profesores : Ana Maria Espejo, Nila Rojas, Ema Carvajal , Yolanda Toro, Patricia Guthie Veliz, Luis Salinas.

Y al frente El Retén con los carabineros Alberto Opazo, Oscar Bonilla

El invierno fue regado, entre junio y julio, las cuelgas para los santos, las Carmen, las Rosas, Juanes todos en alianza con Isidro, con su compañero El gigante vigía (Cerro Grande) , con su gorro de nubes, copiosas lluvias dejan  caer .

Cerca de la casa amarilla, hogar de Esteban Alfaro, el poeta del salto del agua, los goterones con sus círculos a su alrededor ,  esas gotitas de vida , bailaban en esa laguna donde Esteban se baña , juntos a los zorzales y codornices.
Más abajo en el campamento de las cocinas humaredas de sabores .

La Sra Antonia , trigo tuesta en la oscura cayana, pronto  aromas a harina tostadas, será el aire que vamos a respirar, la sra Claudina prepara lana de oveja, para rellenar un par de libros, tiene muchos pedidos, esos libros que te sumergen en el mundo de los sueños abrigadito.

Este año el año del amor 69 nueves que tratan de mirarse, pero son números de placeres eróticos.

En la calle principal riachuelo de mercurio saltan por esa arenillas típica del Campamento.

Bajan bramando por las quebradas de los altos de los castillos, en la canteras, se refugian aves del cielos,  las aguas de la cantera bajan rápidamente, van apresurada la señorita agua, a juntarse con sus hermanas en la quebrada de Los mantos, por las rocas pulidas del salto del agua, desde las alturas Miles de gotitas saltos mortales , digno de medallas de oro , olímpicos, saltan estás niñas transparente.

En El campamento escuchan las voces del agua que cantan vamos al mar .

Toribio en su trabajo en la sala de compresores enviando aire , a lo que están en los subterráneo de los mantos, escarbando la tierra, oro , mercurio, cobre, tanto elementos de la Pachamama, de pronto Jelves comienza a dialogar con Toribio, está linda la lluvia,  le dice te recuerdas de tu pensión en Pueblo Nuevo , que se llamaba "Los Mantos", allí también estaba el Molino Rojo, El Singapur, allí donde La Lupe , varios clandestino , donde La Sra Olga Baeza, Partera de Pueblo Nuevo, donde  se pasaba bien, sobres esos libros de lana , los parroquianos hacían el amor.
Cuentan que desde Ovalle traen las buenamozas de viernes a domingo y el lunes regresaban a la gran ciudad.
las Ovallinas, llegaban en El Patito,  la Esmeralda.

Pueblo Nuevo tenían faroles a carburo, que unos niñitos por unas chauchas, encendían farol tras farol, esos niñitos ,( mi madre Lucila, con mi tío Efrain y el Pepe eran aquellos niñitos que encendían aquellos faroles), cual luciérnagas aquel Pueblo Nuevo, con sus faroles brillaban en aquella noches noches estrelladas.

Entre los Mantos,  Alba y Pueblo Nuevo, estaba la gran casa de fuerza, de allí enviaban la energía eléctrica al campamento, de cuentos de hadas.

Toribio con Melania,tienen una  pensión a lado de los relaves, refugio de los renegados, Jelves tu señora Melania que cocina bueno, si le dice Toribio es el amor de mi vida, por ella late mi corazón.

Toribio toca el pito de las seis de la mañana , para el cambio de turno.
Se humedece la tierra, por los cerros del salto del agua , el Padre Sol, comienza a alumbrar caminos de oro, en los copaos gotitas de agua se transforman en Miles de colores con los rayos de sol.

El Padre Sol abriga esas semillitas dormidas, se lavan el rostro , saldremos a mirar el paisaje dice unas,  anañucas, las salvias reverdecen, las alcaparras, están radiantes, las moreras, miran el oro de las casa del campamento con sus letras de plata.
En la cantera El paraíso, las avecillas cual gallo despiertan al campamento con la fiesta que tienen, vamos a tener comidas cantan los pajaritos.

Manuel Rojo era el sereno de la planta de Mercurio,  vivían en donde estaba el puente, frente de la cancha de fútbol . La Señora Juana, manos de angel, era una chef, por su cocina,su Gourmet era comida energético, la cocina Mantina , era de los mejores restaurantes, ella tenía pensionistas, cómo Toribio con Melania, que en Pueblo Nuevo, tenían su Restaurante llamando Los Mantos por allá en la década de los 40.

José Rojas en el huinche , la Sra Malvina Cortés, con  sus hijos e hijas lleva la vianda con el  almuerzo, a quien todo conocen en El Campamento cómo Huinchero Rojas, este año las lluvias han sido generosa, habrán alfombras verde esmeralda, en la cancha vieja, se va a celebrar la Pampilla Mantina, entre el campamento  la quebrada, en aquella cancha de cordillera a mar, dónde juegan los valientes.

Deportivo con sus estrellas de los 50 , con el guardavalla Goñia, en la cantera ella Malvina Cortés trae un manojo de ramas de salvia, aromas a naturaleza, aroma a Reino de Paraíso,usurpado por la avaricia, para traer las joyas del Reino de La comarca del Los Mantos.

 Sra Malvina Cortés con una memoria prodigiosas, relata a sus hijos e nietos, la vida en aquel místico hogar,con olor a cielo, La Madre Reina , la Reina Sobreviviente,  ya partido sin ante dejar maravillosos recuerdos,es la gran Madre para sus hijos / hijas,nietos / nietas, bisnietos/ bisnietas, tataranietos/ tataranietas.

Reina Madre, madre de todos/ as .
José y Malvina, están reunidos.
José va al casino , allí los ausentes pero siempre presente, beben, dialogan.
Para ellos la vida continúa allí, aunque aquel campamento no exista en la forma física, en dimensión desconocida existe.

 Ayer en la micro de Jorge Roco, del mercado de Ovalle , la Sra Malvina, regreso a sus Mantos de ensueño, José le dice te vengo a buscar esposa mía , amada te extrañé, ella mira al interior de la micro azul, ella felíz va de regreso a su casa , en el campamento habrá fiesta, en el corral por los parlantes del sindicato ,hay música, de los hogares tenue humareda, con aroma, las otras madre, preparan, los bocaditos, hoy habrá fiesta ,arriba La Reina Madre, los Mantos con la tricolor en cada casa, en el torreón del huinche grande, está la gigantesca bandera tricolor, en la pulpería , están todos los Mantinos que vivirán por siempre allí, mi Padre Tomás, con su negrita mi madre Lucila.

Roble con su atuendo Albo, está con una guitarra, los Guthier, los Pereira, Gallardo, Órdenes, Maldonado, Olivares Tapia, Arraus, Astudillo,Jelvez, Pedraza, Newman, Meneses, Verdejo, Letelier, Muñoz, Montenegro, Veas, Billar, Montaño, Carvajal Elgueta Goñia, Quilot, Ureta, Rojas, Araya, Silva, Garay, Godoy, Jofré, Escudero, Valenzuela, Palma , está Toribio , a lado de Osvaldo Cuello, preparando para inmortalizar  con su cámara fotográfica con películas en blanco/negro,para dejar en negativo sensible .
La llegada de la  Sra Malvina Cortes y tantos que viven y vivirán por siempre.  

Gatica Araya 

sábado, 1 de julio de 2023

Ramón Rubina Gajardo Poeta

Tren a las nubes
Lo que mueve a una locomotora a vapor es el ciclo del agua. La naturaleza, su reproducción, encerrada en un cubículo de hierro para que el agua, antes de volver a su estado líquido, empuje a un émbolo y mueva la ferretería de aquel rinoceronte metálico, al que mi niñez vio desplazarse por los rieles, echando humo por la nariz mientras esperaba a los incautos pasajeros en las infinitas estaciones de aquel mundo, húmedo aún de paraíso. En las noches, desde la casa de mi abuela, podíamos ver su gran ojo de fuego taladrando el túnel lleno de estrellas por donde volaba. Sepan ustedes que, después del crepúsculo, los trenes ya no son rinocerontes embistiendo la lejanía y dándole cornadas a la luz mientras avanzan. No señores. En la noche las locomotoras a vapor se convertían en escamosos dragones, raptaban a los niños y abriendo la puerta de los sueños se los llevaban volando al fondo del mar. ¡Cómo! ¿No lo sabían? Bueno, les contaré que el mar era un estanque azul y lo que hacían estos dragones era abandonar a esos niños en sus jardines, precisamente para que al verse solos lloraran y, con sus lágrimas, el mar tuviera la sal necesaria para llamarse mar. Sólo cuando aquella extensión marina tuvo la sal suficiente, las locomotoras a vapor desaparecieron de la faz de la tierra.
Mi papá, en su niñez, sabía todas estas cosas. Por eso, casi adolescente, se arrancó de su casa, en realidad una pieza de tablas manzaneras, acompañado de su amigo Tomasino. Ambos se subieron al Longino, el famoso tren nortino, rumbo al puerto de Coquimbo donde esperaban embarcarse en un navío carguero, recorrer el mundo y, como los personajes de Joseph Conrad, aventurarse en los mares indescifrables de la vida. Estuvieron a punto de lograrlo. Mintiendo acerca de su edad, por lo demás cosa que a nadie interesaba en ese tiempo, consiguieron la cartola de embarque y para celebrarlo se fueron con su niñez a una función de circo, pues se despedían de ella y nada mejor que la magia de ese mundo de nunca jamás. Mundo en el cual habían conseguido varias patadas en el culo, dadas por los enormes zapatos payasiles, intentando meterse por los bordes de la carpa. Eran pobres y los niños pobres saben que para soñar hay que recibir muchísimas patadas en el culo. Aunque esa vez no fue necesario, pagaron su entrada.
Yo aún los veo. Sentados en las gradas de madera e intentando olvidar el miedo al porvenir, asustados por el fantasma de lo desconocido, en tanto el mar golpeaba las orillas cercanas, redoblando su llamado, cada vez con más insistencia y a ellos fingiendo reír con los tonis, asombrarse con los magos, sobresaltarse con los trapecistas, además de recordar la dura escarcha de la pobreza, colgando del harapiento racimo del cité, donde vivían con mi abuela. Y el objetivo final de su travesía: el pan, Ítaca de los infortunados. Y de todos aquellos navegantes, náufragos del oscuro mar de la miseria. Ahí están los dos, guardándose sus lágrimas, sin mirarse para que la eternidad del amigo no se entere de su flaqueza. El mar, conociéndolo todo, ha indagado el alma humana durante miles de años, entra en la carpa del circo y ellos escuchan el canto de las sirenas. O de Circe, la hechicera, ofreciendo un futuro de riquezas, atrayéndolos a esa otra isla, en el mar de las apariencias, donde esclavos de la avaricia serán convertidos en cerdos, como los amos de este mundo, sin darse cuenta. De pronto suena el pito de otra locomotora, un tren ha llegado al puerto. El mar, con sus encantamientos, traga sables, serpientes de oro, peces de fuego y espejos sin fondo, retrocede con su máquina de nubes. Ambos alzan la mirada y ven, con espanto, que mi abuela, inexplicablemente contaba papá, apareció en el interior del circo. La vieron caminar, levitaba al parecer, pues nunca, a pesar del silencio de los espectadores ante los malabaristas, escucharon sus pasos, ni su voz, ni los gritos con sus nombres, sólo el llanto de vidrios rotos que los buscaba entre el gentío y, para ellos, más fuerte aún que el vozarrón del “señor Corales” anunciando a los leones comedores de gatos, burros y perros en todas las provincias de Chile. Mi padre guardó toda su vida esas lágrimas en el bolsillo de sus camisas. Recordaba que su mamá, sollozando, lo abrazó, junto al Tomasino. Ambos amigos se miraron, uno de ellos debía quedarse. No podían dejarla sola. Y, como hijo, a él le correspondió tal suerte. Luego de despedirse, al borde del muelle, mientras el Tomasino se internaba en el océano, del cual nunca más volvió, papá y mi abuela subieron al tren para regresar a Ovalle. Años después, aún subía al mismo tren, llegaba a Coquimbo, se embarcaba en ese carguero y seguía los pasos de su inolvidable amigo. Pero siempre, antes de embarcarse, alguien lo detenía. Aunque esta vez no era su madre. Éramos nosotros, su familia, llamándolo desde el solitario muelle de sus recuerdos. Entonces bebía y, por ser tal vez su hijo mayor, me miraba con rencor, escuchando el regreso de la locomotora a nuestro pueblo. Y el sonido del mar que, en la desierta playa de aquel sueño, dejaba para siempre los cuerpos resecos e informes de las sirenas muertas.
Pero, curiosamente, fue mecánico de ajuste y montaje en la maestranza de Ovalle, trabajando para los ferrocarriles de Chile. Maestranza donde los destripó como a ballenas, para armarlos nuevamente, conociendo al dedillo su mecanismo de nubes y fuego. Y así lo conocí, sobre un tren, al que yo salía a encontrar en los faldeos del cerro Bellavista cuando volvía a casa, a las once treinta de la mañana. Mamá lo esperaba con el almuerzo listo, nadie podía molestarlo cuando lo hacía. Nosotros permanecíamos en el patio, jugando bajo el damasco, y éramos felices sin darnos cuenta. Me detengo ahora, me siento abrumado por esos años perdidos como los relatos de mi infancia. Más adelante les contaré como realmente conocí mi primer tren, el más inolvidable, el más perfecto y, aunque nunca me subí a su locomotora, soy el maquinista. Con él me pierdo entre las nubes de papel y palabras de carbón, recorro el cielo, entro en mi infancia, vuelvo a la escuela, al patio donde juegan elefantes, camellos, cebras, caballos árabes, ponis, domadores, payasos, malabaristas ¡El circo! ¡El circo! ¡Ha llegado el circo!
Los griegos pensaron mover la tierra con una palanca. Al no encontrar un punto de apoyo fracasaron. No se imaginaron que algo tan sutil como el vapor pudiera tener la fuerza no de mover la tierra, pero sí de levantar y movilizar pesos más grandes que los enormes bloques de sus templos. Durante siglos y siglos la tracción animal, como la humana, fue aplicada para levantar y trasladar los materiales necesarios para construir la civilización. Aunque el viento y el agua, en su forma líquida, fueron esenciales para aquellos menesteres no reemplazaron la tracción animal ni la humana. Ambas fuerzas eran volubles, manejadas por dioses caprichosos cuya ira desataba sequías, tormentas, inundaciones, todas de fatales consecuencias, paralizando el progreso, destruyendo los avances, produciendo hambrunas y, sobre todo, dejándonos a merced de aquellas bestias creadas por los dioses para que entendiéramos a quien pertenecíamos, cuáles eran nuestros límites frente a su reino.
Una tarde, en pleno verano, mientras conversábamos sentados bajo la sombra de un árbol, y capeábamos el sol, el cielo se llenó de nubes tan negras como la sala del Nacional, nuestro cine de niñez. Al mirar aquello, nuestro asombro palideció, vimos a un gran carro de cristal, con ruedas de fuego y tirado por cuatro caballos aún más negros que las nubes recorriendo el aire de los presagios. Sobre él, chasqueando un látigo de muchas lenguas un hombre de armadura, y tocado de plumas brillantes, recorría el espacio dando gritos mientras azotaba a las nubes. Lo seguía una multitud de guerreros emplumados, armados de hondas y lanzas. Con las hondas arrojaban enormes piedras que al atravesar el aire producían una gran luz y caían con gran estruendo en los cerros. Cada vez que el hombre hacía restallar su látigo, esas enormes leguas aullaban, se incendiaban y golpeaban la tierra. Viento y agua. Luz y fuego inundaron el valle. De pronto, el hombre, al darse cuenta de nuestra presencia, detuvo el carro. Sin bajarse nos miró. Nos pareció más sorprendido que nosotros. Tal vez porque podíamos verlo. Luego bajó del yelmo una especie de máscara, tenía forma de perro, para cubrirse el rostro, e intentó golpearnos con su látigo, pero falló, sus lenguas azotaron el pasto reseco y produjeron un gran incendio. Bueno no falló totalmente, al menos conmigo, me dijo el viejo Benito, mostrándome la cicatriz que recorría su mejilla derecha, internándose por el hombro hasta la cadera.
Fue una extraña y larga lluvia. Nadie la esperaba ese verano. Se perdieron las cosechas, la fruta se pudrió, los senderos se cortaron y los puentes carreteros decidieron partir al mar. Los camiones no estaban hechos para esos menesteres de barro y agua. Muchos fueron los que se arriesgaron, en mulas o carretas, tratando de llegar al alimento por huellas y recovecos, pero las inundaciones de los ríos, los despeñaderos de las quebradas, no tuvieron respeto con aquellos arriesgados. Desde mi casa, en un alto, los veíamos pasar como sombras, dando gritos para perderse tras la puerta de la lluvia. Sabíamos que no volverían. No, no morían en alguna orilla del frío, junto a sus animales. No regresaban, pues si llegaban a alguna parte, las cansadas bestias se negaban a la travesía y se quedaban quietos, a pesar de los guascazos, los insultos y los ruegos con olor a aguardiente. Y debían quedarse ahí, mientras sus familias temblaban de hambre y desesperanza. Otros simplemente se devolvían o se extraviaban, apareciendo días más tarde, sin mula, ateridos y hambrientos. Pasaron muchas cosas en esa lluvia ¿Se acuerda Amable? Usted estaba niño, le decía otro aún más viejo ferroviario, como don Benito, mientras tomaban vino y yo escuchando. El rio, enorme por la tormenta, encabritado, salió más allá de sus orillas. En las noches, retumbando, se llenaba de luces y en una de esas, mi comadre Juana, sus hermanos, también yo, vimos un enorme galeón subir corriente arriba. Podíamos escuchar las maldiciones, los gritos, las órdenes y el sonido de las velas del barco azotadas por el viento y el agua. Como estaba oscuro, atisbábamos algunas formas que se desplazaban en la cubierta con faroles en las manos, observando las orillas, las casas en tinieblas que tiritaban, desmayadas por el miedo, tratando de no hacer ruido, evitando los crujidos y redoblando el silencio para que los piratas no desembarcaran ante nuestras ventanas. No sé cómo fue más arriba, pero en la nuestra no se detuvieron.
Así fue, al amanecer empezaron a navegar en el cauce las ruinas de la tempestad. Berreos, relinchos y cuerpos hinchados de animales flotaban en el rio. Entre camas de bronce, muebles destripados, árboles con sus raíces al aire, desvencijo de construcciones, puertas e inútiles ventanas podíamos observar ataúdes corroídos, ya orinados por el tiempo y cadáveres que parecían huir de una desgracia más terrible. Los piratas decían las gentes. Habían desembarcado y saqueado los camposantos a lo largo de la rivera del Limarí, abriendo tumbas, despertando muertos a los que encadenaban, subiéndolos al galeón para venderlos quien sabe dónde, mientras le sacaban el oro de los dientes, aros y argollas de matrimonio. Y luego de acuchillar a los animales, bebiendo sangre fresca de cabras, ovejas, mulares, caballos, machos o gallos cantores, de todo lo vivo encontrado en su camino, y  arrojarlos a la corriente, se devolvieron rumbo a la nada, ese lugar más profundo que el cielo donde surcan alumbrados por estrellas negras. Aunque no es la eternidad. ¿No me cree? No sé, cuento lo escuchado y visto, a lo mejor no es verdad. Pero es cierto. Mientras esto sucedía, horas más tarde, a las seis treinta, después del domingo que le digo, sonó el pito de la maestranza. Entonces los trabajadores, los tiznados, a pesar de nuestras desdichas, y dejando a nuestras familias, acudimos a su llamado. Cruzar Ovalle era otro lance, el agua nos llegaba a la cintura, la gente apagaba la luz y cerraba las cortinas al vernos. Con esos trajes amarillos de látex semejábamos apariciones, seres emergidos de aquellas aguas retorcidas bajo la extrañeza del alumbrado eléctrico y los peces muertos de las sombras esquineras. Pero llegamos. Aun veo las locomotoras, recién despiertas, con sus focos encendidos, echando humo, nerviosas y dispuestas a entrar a la lluvia, rompiendo los muros de la humedad para llevar lo que necesitábamos, cajas de alimento, abrigo y carbón a la ciudad y sus alrededores. El maestrancino, el nuestro, el tren de los tiznados como lo llamaban, pues nos llevaba por la orilla del cerro Bellavista, dejándonos cerca de nuestros hogares. Almorzábamos y nos regresábamos  en su paciencia de coque y humo, parando en cada ocasión y tocando su flauta a vapor. ¡Ya es la hora! ¡Ya es la hora!, gritaba. ¡Salud!
Así no más era, bajo la lluvia recorrimos las estaciones, dejábamos la alimentación, las frazadas, colchones y carbón. Al llegar, el tren, como sombra bufadora, hacía retumbar la sirena. Eran estaciones abandonadas, el agua, y el pobre inspector, temblando nos recibían. En general los habitantes de los poblados, con la excepción de dos o tres ranchos de adobe, acostados eso sí, para resistir el peso del tiempo, vivían lejos de ellas, tras las lomas, desperdigados como lagartos en el invierno. Pero no sé cómo, apenas el silbato de la locomotora principiaba a sonar, la estación se llenaba de hombres, mujeres, niños, algunos con sus burros, la mayoría de infantería, para llevarse la necesidad a sus rucos de barro pajero. ¿Sabe lo que yo creo? Que se convertían en piedras, durmiéndose acuclillados, abrazándose las rodillas mientras duraban las desgracias, que eran muchas, y despertaban cuando las cosas empezaban a cambiar, sacudiéndose la pedrosidad de su letargo  y salían nuevamente a principiar la vida. Esa noche fue así. Siempre era así.  Aparecían, no otra cosa, en cualquier día y luego se perdían caminando, haciéndose transparentes, agujeros de aire, sostenidos por sus nombres, pues si no los nombrabas no podías verlos. En otras ocasiones se enrollaban bajo el calor, se empiedrificaban y salían a caminar por la distancia al llegar la fresca, después que el equipajero se iba traqueteando al mar. Pero ese lunes, en la tormenta íbamos de estación en estación y en todas la lluvia resultaba diferente, incluso su olor, en algunas el agua era verde, en otras morada con olor a cilantro, a cabra mojada en la siguiente, toda amarilla. La mejor, dónde la Mariquita, todo paico, men
ta, malvarrosa. Ah, era muy linda ella, su cantina parada obligada de los carrunchos. Dicen que no se casaba porque estaba muerta desde joven, virgen murió y, mientras no perdiera la telita, la muerte no venía a buscarla. Un día desapareció. Quién sabe quién fue el suertudo. Pero también en Ovalle entregamos lo importante, bueno al menos a quienes vivían en el cerro, una torta de barro y mierda cuando la lluvia. El canal se desbordaba y, los aledaños, faldeos abajo se llenaban de lo mismo. Tres días. Tres días fuimos y vinimos con el tren. Cuando se terminó el aguacero descansaron las locomotoras, tosían, enfermas tuvimos que repararlas. Sabe, los únicos puentes parados fueron los del ferrocarril, aguantaron, y pa que no se cayeran los trenes pasaban en puntillas. Si hasta daban su pasito de ballet. El último tren se suicidó, eso dicen. 
Resultó, como le dije, que el vapor, etéreo, informe, casi banal y asimilado a lo vanidoso y débil de lo que consideraban el mundo femenino, esa fuerza como un desmayo, amputada del agua, podía levantar pesos y acarrear masas muy superiores a los del esfuerzo humano, cuya energía estaba supeditada al látigo como la del vapor al calor emanado del fuego. Pero fue ignorado y relegado a las cocinas, lacayo de ollas, teteras y parlaefímero que anunciaba el momento del furor de su antiguo amo, el agua, lonja arrancada por los humanos a Poseidón. Así, el hombre y el mulo estuvieron durante generaciones en el mismo nivel social, utilizados como fuerza de trabajo por las castas dominantes. Durante un tiempo, nuestro héroe también fue utilizado en los baños públicos, para la limpieza del cuerpo, desollar contrincantes al poder político, en las representaciones teatrales y encargado de eliminar espinillas. Como ven, atado a actividades secundarias. Los ingleses, piratas del comercio, buitres del oro, entendieron que mejor esclavo que un hombre resultaba el vapor. Pues, en su apariencia debilucha, podía ejercer una fuerza de hércules y realizar los trabajos de cientos de trabajadores, ya el salario miserable existía y la conciencia de la alta burguesía quedaba en paz, abaratando costos, ganando tiempo y recurriendo a la caridad para que el viejo esclavo, ahora obrero mal remunerado, no tosiera sangre en las calles y muriera tras las paredes de horrorosos hospitales. Quede claro, no se culpe al vapor del estado de las cosas del siglo antepasado. Ni al petróleo del estado del siglo pasado, ni de este, a la energía atómica que amanece en nuestro horizonte de comercio y usinas. Este es el problema humano ¡La avaricia! Pero, bueno, en las fábricas comenzó el vapor, en conjunción con ejes, pistones y engranajes a revelar su potencia, sin látigo, sin salario, acuciado por el calor que el hombre aplicaba al agua, la que al sentirse desollada salía gritando junto a su piel, el gas llamado vapor, y pasando por émbolos que lo exprimían realizó el trabajo de cuatro obreros, luego de cien y de miles a través del mundo y las transmutadas industrias. Donde se precisaban veinte cabezas de familia, necesitados de llevar el pan a sus casas, se ocuparon tres. Lo que abarató la mano de obra, que tuvo que ofrecerse a precio de ganga, pues los trabajadores de estas fábricas  sobraron, como en todas las demás, produciendo, por lo mismo, hambruna, prostitución, delincuencia, hacinamiento y sobre todo, explotación y enfermedades. Como también grandes fortunas, mansiones, orgullo, vanidad, usura e indiferencia ante el dolor humano. Además las mejores novelas sobre esta situación denigrante, a la cual estaba sometida la aún llamada clase baja, del escritor Charles Dickens. Si bien el hombre huyó de la explotación rural a la ciudad, en esta no tuvo salida. Las ciudades son círculos concéntricos que a medida que se alejan del círculo más central, acumulan más pobreza en los  círculos más grandes y lejanos. Pocos son los puentes que unen estos círculos, la especialización y la educación parecen ser los más transitados, aunque no resuelven el problema. El ayer explotado, a su vez, explotará al del círculo inferior o ayudará desde su título profesional a que lo exploten. Son los principios los equivocados. No es precisamente una sociedad basada en la economía libre, ni de social mercado, una monja de la caridad. El oro es el becerro, los economistas sus sacerdotes, encargados de explicarnos los oráculos, mientras en la bolsa de valores nos dan o quitan los favores de ese becerro de oro ante el cual se arrodillan, pues no desean derribarlo, a lo sumo darle otra forma, de cerdo de oro o faisán dorado, todas las naciones del mundo. Quizás en este siglo reaparezca el verdadero revolucionario, el que por fin nos diga “El rey está desnudo” y comprendamos que el áureo vestido, tejido por la avaricia, ha sido y es una estafa y el mundo vuelva a ser lo que nunca fue, una comunión entre hombres libres, construyendo la senda de la fraternidad humana, por donde transitemos grabando en cada piedra la ley, la gran ley: “Amaos los unos a los otros”- Tenía yo quince años cuando, subiendo al tren, me lo dijo  Vicente, el viejo anarquista, ferroviario de tomo y lomo en la estación donde esperaba para marcharse, sin equipaje, rumbo al mar de donde no volvió jamás, una tarde de agosto. Entre los rieles, agitando su lámpara, el guarda agujas de Juan José Arreola, corría por las páginas del magnífico relato del mejicano a quién nunca he dejado de admirar.
Mi primer tren, sin embargo, no echaba humo ni pintaba nubes en el cielo del comedor en mi casa. Tampoco necesitaba carbón y me bastaba girar la llave que le daba cuerda para verlo recorrer la parábola de rieles por donde se alejaba, cruzando un puente en su regreso a la estación pintada, al borde de la línea férrea, donde lo esperaba el gentío de cartón con sus maletas, listo para subir a su único carro de pasajeros. Hombres, mujeres, niños y yo, nerviosamente lo mirábamos alejarse, cruzar un túnel, tocar el pito y luego detenerse para volver a traquetear siempre la misma distancia sin paisajes, como planeta alrededor de un sol apagado y eterno. Eso no me importaba, ni a ninguno de los pasajeros que subíamos a él. Bastaba darle cuerda, e instantes más tarde cruzábamos los pastos africanos, observando como los leones rugían entre los elefantes o nos atacaba, en el farwest, la pandilla de Jesse James. A mí me gustaba ir a la India, cruzar los manglares, ver a los tigres y contarle a mi mamá, en la noche, mis aventuras en esos países exóticos. En uno de mis regresos le traje un Kimono, encontrado en la China de los mandarines, el que mi mamá recibió ufana de tener a un hijo tan viajero, el cual le relataba sus aventuras antes de caer rendido y dormirse sin miedo a los selenitas, donde mi tren me llevaba a conocer los misterios del universo. Un día, mientras miraba a la vecina del frente jugar al cordel, mi ferrocarril, cansado de esperarme, o sospechando que ya no era un niño, se marchó para siempre, tocó el pito, los pasajeros de cartón subieron y la locomotora huyó por la ventana, sin mirar atrás, dejando la pintada estación vacía para siempre, con los ojos del boletero muy abiertos, rascándose la cabeza, interrogando a los rieles abandonados y sin saber si tenía que cerrar la boletería, marchándose a casa o debía seguir esperando mi regreso. Nunca más volví. Espero que se haya marchado y su jubilación sea justa. Aunque sospecho que, de vez en cuando, regresa y me espera con mi boleto en la mano.
Una de esas noches, con un sordo chirrido de frenos, llegaron a buscarnos. La calle estaba a oscuras, el toque de queda caminaba por las calles húmedas y un gallo negro anunciaba que no debíamos salir, pues la muerte nos esperaba con su uniforme gris entre las escasas luminarias permitidas en la ciudad. Patearon la puerta. Nos golpearon. Y mientras revisaban nuestros cuartos, entre gritos e insultos, nos dijeron que tomáramos nuestras escasas pertenencias, debíamos “acompañarlos” a la estación. Estábamos asustados. Mi padre, mi madre, mis tres hermanas y yo, sin oponer resistencia, seríamos trasladados a una fábrica, donde aportaríamos la fuerza para la producción. Nada más nos dijeron. Así que, en cuestión de minutos, estábamos arriba del camión donde otros iguales a nosotros permanecían llorosos, con esa máscara terrible que nos pone el miedo ante lo desconocido. Pero sabiendo que lo desconocido tiene un cuarto lleno de dolor para que lo habitemos. Llegamos. Tratábamos de no mirarnos, de no reconocernos y  fingíamos ser otros, avergonzados de ser nosotros mismos, para que el otro no se enterara que también estábamos ahí, en la misma situación. Sintiéndonos culpables, aún sin serlo, y por esa culpa desconocida nos encontrábamos con los demás, que si lo eran, pues por algo estaban ahí. Lo nuestro era una equivocación, sin duda, y con las luces de la mañana se darían cuenta. Habíamos sido buenos ciudadanos, pagábamos impuestos, cumplíamos las reglas, éramos respetables. De eso no había dudas. Podíamos demostrarlo y nuestros papeles estaban en regla. Eran los demás quienes tenían problemas. Seguramente pertenecían a esos grupos que se quejaban, echando a correr rumores o se negaban a cumplir lo establecido y por lo mismo estaban donde estaban. Eso tenía que ser. Muchos de ellos, desde el principio, se opusieron a cuanto nuestras autoridades nos dijeron que debíamos hacer. Eso trajo confusión. Y, finalmente, nos echaron a todos en el mismo saco, pagando justos por pecadores. Ahora, ellos y nosotros, estábamos en el mismo lugar pero, llegada la mañana y comprobaran nuestros antecedentes, todo se resolvería quedando en nada, al menos para quienes teníamos la conciencia limpia. No resultó así. Al presentar nuestra documentación, entre empujones e insultos, nos dijeron que eso carecía de importancia. Figurábamos en las listas y eso si era importante. Quienes insistieron en reclamar fueron golpeados y devueltos a donde estábamos hacinados, tiritando de frio y recluidos en el temor de los unos a los otros. Lo peor comenzó después. La estación donde estábamos comenzó a llenarse hombres armados, vinieron los gritos, para momentos después, entre ladridos de perros, ordenarnos en hileras de mujeres, hombres y niños. Nos daban culatazos, nos golpeaban con cachiporras ya que nuestras familias se negaban a separase. Fue inútil. ¡Aquí las mujeres! ¡Los hombres! ¡Niños y niñas! Mamá fue golpeada, repetidamente. Mi padre arrastrado y sangrando quedó tirado en el andén. Mis hermanas gritaban, pero finalmente cada uno ocupó su puesto. Uno de los pequeños, junto a mí, huyó tras su madre y los hombres que nos rodeaban soltaron a dos enormes perros. Vimos como corrían tras él, abalanzándose y, entre gruñidos, morderlo incansablemente. Parecía un muñeco, tirado de un lado a otro, por las dentelladas. Luego un silbido los apartó. Un grito terrible, un disparo. Y la sangre del niño corriendo en busca de la sangre de su madre, tirada unos metros más allá, sin poder alcanzarla. Todo quedó en silencio. Entonces el pito de la locomotora, mientras se acercaba al andén, resonó como un cisne y la nube de vapor, con su luna rota y húmeda, borró la escena deteniéndose  junto a nosotros. Luego nos subieron a los vagones, casi no hubo resistencia, sólo queríamos mirarnos, tocarnos y hablarnos con los ojos, pero rápidamente desaparecíamos al interior de aquellos carros para animales, a los cuales éramos empujados, quedándonos solos, encerrados en nosotros mismos y escuchando el ruido de las puertas. Absurdamente, en esos instantes, recordé el tren a cuerdas, el regalo de papá en mi cumpleaños, con su andén de cartón y los rieles que volvían con mi tren, después de cruzar un puente, al mismo lugar y yo subía para viajar por el mundo, contándole a mamá mis aventuras imaginarias. No quise llorar, sentí el tracatracatraca del ferrocarril saliendo a lo desconocido, rumbo no sé a dónde. Lo último que escuché, mientras  abandonábamos la estación, fue -¡Judíos de mierda!-
El vapor tenía sus días contados, pero no así lo injusto que sigue perpetuado en lo humano y es una cordillera infranqueable, incluso lo fue para las locomotoras. Esa locomotora que invadía la pantalla del cine provinciano al que acudíamos  recorriendo los paisajes de la revolución mejicana, entre corridos y balaceras para que supiéramos nosotros, los pobres, que allá en la gran nación del norte Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía y otros habían recreado la magnífica y, quizás, la más pura de las revoluciones con hombres de la talla de Emiliano Zapata, Macías y tantos levantados que hicieron de la esperanza reparto de tierra y pan. Aunque después fracasaran y terminaran asesinados, devorados por el polvo o con su cabeza en un frasco ¿o no Pancho Villa? Así fue ese tiempo, con el ferrocarril se inició la época de las revoluciones. El vapor, hijo del agua, trajo el futuro, las desgracias y la esperanza. El tren, impulsado por la energía del fuego y la lluvia recorrió pueblos, ciudades, abrió la conciencia y estremeció la tierra. Unió y desató la tormenta en Rusia, vino a nuestra América, cruzó la India, gravitó en China, escondiéndose luego en las fotos desteñidas de nuestros abuelos. Su largo periplo de rieles nos reunió en las estaciones donde también nos separamos para ir en busca de mejores sueños y de los cuales muchos no regresaron jamás, convencidos que el mañana sólo existía más allá, lejos de esos pueblos sin más tiempo  que borrarse o quedar solos, abandonados a las orillas del mundo.
-¡No te vayas hijo! ¡No te vayas!-
- Es sólo por un momento. Ya voy a volver-
-Así nos dijo ¿verdad francisca?-
-Cierto viejo. Así fue-
A lo mejor estamos muertos y por eso no vuelve-
-¿Y cómo saberlo?-
- Cuando vuelva el tren, ahí lo sabremos-
- ¡Ay!, viejo, el tren es lo único que vuelve-
-Entonces hay que seguir esperando-
-A lo mejor estamos muertos, como dijiste-
-A lo mejor-
El tren recorrió Chile como a un esqueleto solitario al cual le brotaban pueblos y pueblos y pueblos, tan sin gente en su monotonía que duraban el instante en que la locomotora pasaba y uno escuchaba el silencio, su escritura de pájaros quemados en las ventanillas. Luego dejaban de existir, volviéndose polvo y despertando cuando el pito del tren les avisaba de su regreso. Para volverse polvo nuevamente, apenas el ferrocarril se alejaba como un caballo ronco y negro rumbo al océano del cual no tenían conocimiento. Excepto cuando encontraban peces, con aletas de sal y  huesos de piedra, nadando aún en la pecera coagulada de los roqueríos, como si no supieran que el mar sólo existía en los ojos de los muertos. O lo descubrían en esos fantasmas con espadas, mosquetes, grandes sombreros, cubiertos de caracolas y estrellas marinas tan resecas como ellos, a los que los arrieros solían ver en los cerros y esos hombres, acercándose, les preguntaban con voces de herrumbre, soles disecados y aguas muertas, donde quedaba el mar.
-El mar no existe caballeros, contestaban los arrieros, es un sueño que tenemos cuando niños. La tierra es un llano que el sol quema todas las tardes y el rocío vuelve a sembrar todos los amaneceres del mundo. Y esos hombres se alejaban llorando, mientras las aves picoteaban la estela de sal de aquellas lágrimas sin esperanza. Entonces, compadeciéndolos, les gritaban desde sus mulas ¡Pero si se van por ahí, lueguito encuentran el tren, aunque no sabemos para donde va, a lo mejor lo lleva! ¡Y si no, esperan el otro! ¡Los trenes siempre van para algún lado!-
Efectivamente, siempre iban para algún lado, y una de esas veces llegaron a Ovalle, mi pueblo. “Ciudad”, me dice un paisano, y la boca le queda ahí mismo. Para ciudad le falta mucho, le respondo, y para no ser pueblo le sobra poco. Y llegaron casi forzosamente, del árbol tendido de los rieles nosotros fuimos un ramal accesorio, pero necesario. Nos dieron el nombre de ciudad y nos dejaron el fruto de una estación. Y de agregado, por la escasez de trabajo, una maestranza, componedora de trenes, meica de bielas, zurcidora de pistones, sastre de carros, machi de calderas, sobadora de cansadas ferramentas y cuanto trabajo existía en la reparación de aquellas bestias de carga. Mi papá fue uno de aquellos, entre tantos, que las destriparon, reanimaron, armaron, cosieron y levantaron para que siguieran corriendo, atravesaran páramos, ciudades, villorrios, trayendo y llevando mercaderías, frutas, quesos, amores, féretros y animales de cuatro y dos patas por el territorio largo, terremotero, desamparado e injusto que se llama Chile.
-¡Viejo! Viejo!-
-¡Qué!-
-Ya no hay ni olor a tren-
-¿Estay segura?-
-Sí-
-Ahora si estamos muertos-
-¡Ay!, viejo ¿qué vamos hacer?-
-¡Nada! Eso vamos hacer-
De pronto, de algún bolsillo, el tiempo trajo las locomotoras diesel y las de carbón y vapor comenzaron a retirarse o a cumplir labores de segunda. Las estaciones no volvieron a esperarlas, se engalanaron para el mañana, las desecharon como a viejas decrépitas y Ovalle reinició la novedad pueblerina. Los maestrancinos volvieron a su escuela y sus cuadernos se llenaron de la nueva maquinaria, enorme como elefantes, cuya fuerza podía utilizarse para iluminar una población entera. Era el futuro, otra energía movía el mundo y de estación en estación pregonaron lo venidero. Autos, microbuses, camiones, atravesaron el territorio dejando en el aire su cometa de asfixiante petróleo. El vapor se retiró nuevamente a las cocinas, lavanderías y en las viejas teteras de las cocinas a parafina o de leña. Mientras huía tras las nubes, solía contar viejas historias de revoluciones, de viajes al horror de la muerte, llevando a viejos, mujeres, hombres y niños a los campos de lágrimas donde, otros hombres, los convertían peinetas, lámparas o huesos calcinados. Pero las viejas locomotoras no podían subir al cielo, desterradas, permanecieron en lo inmóvil, descascarándose, deshojándose como árboles de óxido, en un otoño sin redención, atravesando mis recuerdos en los que yo, parado al costado de la línea, esperaba a mi padre, a eso de las doce, cuando el maestrancino, viejo tren de patio, refunfuñando me lo dejaba cerca de la casa para almorzar. Y ahí persistía, bufando, echando humo, hasta que aburrido tocaba el pito y la húmeda sirena del vapor se lo llevaba de vuelta a la maestranza, devolviéndomelo a las 18,30, cuando me traía la revista Enviaje, donde conocí por primera vez a Jorge Teiller y a otros poetas que tren arriba geografiaban Chile, y a mis ojos asombrados por las palabras.
Pero todo pasó, esos trenes existen sólo en mi corazón. Las estaciones se fueron tras el vapor. La maestranza, derrotada, se volvió una feria libre. Mi padre acudió al silencio y no volvió jamás. Las locomotoras a vapor, como viejos dinosaurios extintos, se pierden tras la historia y quienes las conocimos también. Habitábamos el ayer y el mañana nos sorprendió con una pedrada en la puerta. Estoy aquí, nos dijo.
Pero estuvimos ahí. Y estamos aquí, en este futuro que agoniza y nos convierte en chatarra de lo que viene, un mundo sin historia, construida por los publicistas, esos profetas del áureo becerro, defensores de sus propias mentiras, construyendo la enorme prisión de la imaginación, el pensamiento y el hombre entero. Un hombre convertido en consumidor y reproductor, con la boca abierta frente al televisor, viajando en su sofá, comiendo papas fritas en bolsa, tomando cerveza y esperando el lunes como esperaban los viejos esclavos la jornada y el látigo. Eligió un amo, el dinero, y paga con sus hijos los favores recibidos. Las revoluciones, esas que viajaron en el ferrocarril, entre el vapor y el humo, fueron derrotadas, junto al carbón, por el petróleo. Las viejas locomotoras, como dije, fueron reemplazadas, como lo será el hombre por la tecnología. Pero el hombre ni siquiera tendrá un lugar en los museos, apiñado, entre basuras, caminará extendiendo la mano por un mendrugo, soñando con la posibilidad que su ídolo áureo abra los ojos y se acuerde de él. Lo que nunca más pasará. Sus amos no lo permitirán, blandiendo sus tarjetas de crédito, sus deudas de plástico, lo devolverán a la realidad. Y el hombre sin Dios, esclavo de sus semejantes, con la boca abierta, los ojos cerrados, esperará un tren a las nubes, pero no tendrá ningún cielo al que viajar.


Autor Ramón Rubina Gajardo.