domingo, 17 de octubre de 2021

SLE Alham du Lilah

Es conocido internacionalmente por su trabajo fotográfico en distintas partes del mundo, y es considerado el mejor de su área en Chile. En la cúspide de su carrera, y movido por su incesante afán de hallar la espiritualidad, decidió vivir de forma definitiva en Ovalle y Tulahuén hasta el día de su muerte.

Se podrá pensar que es ficción, pero lo cierto es que Sergio Larraín Echeñique -nacido el 5 de noviembre de 1931- decidió hace alrededor de 40 años atrás, radicarse en la provincia de Limarí para vivir entre Ovalle y Tulahuén (pueblo cordillerano de Monte Patria).

Se desconoce cuántos periodistas vieron frustradas sus intenciones de obtener de él una entrevista. Desde aquel entonces, nunca más las dio. Llegó un momento en el que decidió renunciar a la fama que tenía y a todo lo que eso conlleva. Prefirió entonces, dedicarse a buscar y construir su felicidad al pie de la montaña.

En principio, y para contextualizar: la primera etapa de su vida. Fue uno de los cinco hijos nacidos del vínculo matrimonial de Mercedes Echeñique y del reconocido arquitecto nacional, Sergio Larraín García-Moreno.

Estudió fotografía en la Universidad de Míchigan (EEUU), luego de abandonar en el mismo país la carrera de Ciencias Forestales y Ambientales.

En 1959, entró como miembro asociado a la Agencia Magnum Photos, luego de recibir una invitación del también fotógrafo francés, Henri Cartier Bresson (considerado el padre del fotoreportaje), transformándose así en el primer latinoamericano, y hasta la fecha, único chileno en formar parte de tan prestigiosa agencia. Fue impresionante lo que logró con su Leica IIIC; con ella recorrió Europa, Egipto y Medio Oriente, por nombrar algunas partes del mundo en las que estuvo. Logró capturar con su lente a la mafia siciliana en Italia; así como también la boda del Sha de Persia con Farah Diva, logrando portada en la revista Paris Match y con ello, reconocimiento mundial.
 
  Cuatro años después de su ingreso a Magnum, publicó su primer libro “El rectángulo en la mano”, y efectúo un aporte fotográfico a libros de Pablo Neruda y Violeta Parra, con quienes mantenía vínculos de amistad. Colaboró también con instituciones como el Hogar de Cristo y Fundación Mi Casa, para apoyar a los niños que viven en situación de calle.

Publicó nuevos libros, y sus fotografías formaron parte de diversos medios de prensa, entre ellos, Life, The New York Times, Paris Match y “O Cruzeiro” de Brasil.

En 1960 contrajo matrimonio con Francisca Truel, y al año siguiente, nació su hija Gregoria.

Si hay algo claro en la vida de este artista, es que desde niño tuvo interés en cultivar su espíritu; en algún momento incluso pensó en ser sacerdote.

Cuando tenía 15 o 16 años, conoció en la Plaza de Armas de Santiago al español Ricardo Gálvez, quien lo conducirá hasta el libro “La vida impersonal” del escritor estadounidense Joseph Benner, obra que consideró transcendental, y que formó parte de su selecta biblioteca espiritual objetiva.

En febrero de 1968, época en la que la Larraín estaba en la cúspide de su carrera como fotógrafo, se va a vivir a Arica, motivado por las ideas que proponía el boliviano Óscar Ichazo a través de su escuela mística, conocida como la Escuela de Arica. Allí conoció a Paz Huneeus, con quien tuvo a su segundo hijo, Juan José.

Ichazo, quien había recibido formación en Kabul (capital de Afganistán), sostenía que el condicionamiento social y la formación del ego le impedían a los seres humanos conocerse a sí mismos, a los demás y al mundo.

Desde ese entonces y hasta su muerte, Sergio Larraín practicó y enseñó yoga, ideando incluso, un metodología propia, que aun practican sus adeptos.  
 
En Arica también conoció a una amiga cuya madre era propietaria de la casa que más tarde compraría en Tulahuén. De hecho, ella lo invitó a conocer la localidad. “A mí papá le encantó el pueblo, se enamoró del lugar. Encontró que era como lo que él quería como lugar ideal para vivir”, relata su hijo Juan José, quien en la actualidad tiene 42 años y está radicado en Tulahuén.

Sin duda esa época simboliza un antes y un después en la vida de Sergio Larraín, porque apenas supo que la casa en Tulahuén estaba en venta, decidió comprarla. Previamente, había estado viviendo en distintos sitios, entre ellos, Francia (pasando un periodo con Gregoria), Santiago y Viña del Mar.

A fines de los 70’ llega a Tulahuén en compañía de su hijo Juan José, con pretensiones de iniciar allí una nueva vida, pero han de pasar un par de años para que esta idea se materialice, y adquiera además una casa en el centro de Ovalle, específicamente en calle Socos, donde actualmente hay un estacionamiento de vehículos, (entre Miguel Aguirre y Arauco).

En ambas viviendas, pasaría el resto de su vida, alejado de la escena mediática en la que estuvo inserto por tantos años.

Vivió como uno más de nosotros. Esto si consideramos que gran parte de la población limarina habita en zonas rurales, y se toma como ejemplo que es parte de nuestra idiosincrasia ver cómo a diario entran y salen de la Feria Modelo, las micros a diversos destinos. Gran parte de sus viajes entre ambos domicilios fue así. En cuanto se bajaba en Tulahuén, caminaba por el callejón “Los Guindos” para internarse en lo que él denominaba su casa hurto, donde tenía su jardín zen y su celda de monje donde meditaba; todo rústicamente adornado, dando cuenta de una simpleza y belleza única. Su vivienda en Ovalle era similar, allí tenía a Gracia y Satori, dos patos que alegraban sus días.

Era frecuente verlo entrar y salir del correo, donde enviaba y recibía cartas de diversas personas, y de distintas partes del mundo. Almorzaba en el ahora extinto restaurant La Central, donde pedía una cazuela, o si era de mañana, un café con leche y tostadas con mantequilla. Así también con otros tantos lugares.

De a poco se fue vinculando con la gente, y ya había iniciado la escritura de sus primeros textos dedicados a Kínder Planetario. “Ese concepto salió del Arica. Se le puso Kínder Planetario a la gente que según el concepto de la gente de Arica, no habían despertado todavía en el sentido. No habían tenido un despertar en la conciencia. De tomar conciencia de la realidad. Tomar conciencia de lo que te rodea; de que eres uno más en el universo, en el planeta, y de que tus actos también influyen en todo tú entorno”, específica Juan José.

Larraín comenzó a enseñar yoga artesanal de forma gratuita en la Casa de la Cultura de Ovalle, hasta que en 1997, con el terremoto, esta se vino abajo, estando precisamente él ahí. “Después del terremoto nos fuimos a la Villa Los Naranjos (población de Ovalle)”, recuerda Oscar Gatica, quien conoció a don Sergio a principio de los 90’, precisamente en la Casa de la Cultura. “Él estaba sentado en un poncho chilote con un montón de libros, con una campana, una palmatoria, una flauta dulce, y el asiento tibetano”, relata. Y agrega que a medida que fue pasando el tiempo, él les enseñó “fotografía, pintura, poesía, cocer libros, todo”.

Obra insigne de Larraín, considerada por el mismo como la primera fotografía mágica. Las dos niñas avanzan por el pasaje Bavestrello en Valparaíso. (1959).
 
Larraín tuvo amistades en Ovalle. Uno de ellos, Iván Ramírez, quien al momento de conocerlo no tenía idea quién era, y cuando lo supo, respetó la voluntad de Larraín de no dar cuenta de su pasado. “Era un hombre comprometido con lo que quería. Decidió darle un vuelco a su vida. Dedicarse a la meditación, y a propagar sus ideas. Y fundamentalmente: el yoga”, declara.

Quien también lo conoció fue el periodista ovallino Mario Banic, quien por aquel entonces era el editor de Diario El Día, y corresponsal de El Mercurio. Sus primeras conversaciones iniciaron en la librería Libro Centro, que se ubicaba en la Galería Yagnam. “Yo nunca oculté mis intenciones iniciales de hacerle una entrevista; sabía claramente que él era una especie de mito viviente. Él de partida me dijo que no daba entrevistas”, y ante esto, Banic confiesa que de a poco fue declinando su insistencia, a medida también, de que iba creciendo su cercanía

Satori es un término japonés empleado ampliamente por Larraín en la fundamentación lógica de sus planteamientos artísticos, y simboliza: estar en paz.

Fue esta última etapa de su vida donde adquirió como hábito escribir. Y escribía poesía, así como también ideas de tinte social que proponen en definitiva, hacer de este planeta un lugar más ameno. “Él quería aportar a un cambio social”, establece Juan José.

En la fundamentación social, Larraín proponía la existencia de grupos interdisciplinarios coordinados entre sí; que existieran al mismo tiempo en todas las regiones, y que fueran quienes estuvieran a cargo de dirigir el curso de la sociedad toda.

Esto combinado con una serie de planteamientos, que cohesionados, le parecían a él, podían tener éxito.

Otro punto importante es el que se refiere a bajar los índices de sobrepoblación “es la única forma de terminar con la miseria, la delincuencia y la violencia”, argumentaba en unos de sus libros.

Igual de preocupante para él era el daño al ecosistema, vinculado también con los factores antes mencionado.

El legado que dejó Sergio Larraín es de dimensiones incalculables. Con su talento y buen corazón, se ganó el cariño y admiración de personas pertenecientes a todas las clases sociales.
 
Y con esto no buscaba acabar con el sistema que sustenta nuestros días,“es otra organización de la vida, sin contraponer factores, reemplazando tareas dañinas por útiles; todos con sus vidas con sentido, trabajando para la unidad, para el bien común; para hacer;

UNA CULTURA OBJETIVA 
QUE RECICLE A LA PERFECCIÓN PARA LA ETERNIDAD 
Y QUE SE RECUPERE 
LO DAÑADO”.

En aspectos más literarios, ofrecía una serie de consejos a quienes decidieran embarcarse en una de sus lecturas, tan gratas de leer. ¿Cuántos por acá no han tenido uno de esos ejemplares en sus manos?

Larraín los regalaba a quien fuera, e inclusive, se encargó de poner en la última página de cada uno de ellos, un mensaje invitando a que se hicieran circular y se fotocopiaran.

Los dueños del almacén Santa Alicia, de donde Larraín era cliente en Tulahuén, los tienen. Lo mismo la señora Sara, del quiosco ubicado fuera del correo, a quien conoció por años. Su vecino de la casa colindante en Tulahuén, Benjamín Rivera, a quien también le regaló cuadros, de esos que tanto le gustaba pintar, cuyos conocimientos adquirió de su amigo Adolfo Couve, a quien le dedicara su obra “En el día”. Y el mismo Aroldo Villarroel, a quién lo integró como uno más de su familia; él tiene toda una colección. Sin duda la señora Norma Ferrada, que le cuidaba la casa en Ovalle y a quien conoció en el Hotel Roxi (lugar al que llegó con el pequeño Juan José), también tiene alguno.

“Si ustedes se dan cuenta, todos los libros adelante dicen Alham du lila; no tienen autor; no tienen nombre; nada. Todos sabemos que los escribió él, pero no sale”, explica en la clase de yoga que cada lunes se efectúa en el Centro Cultural de Ovalle, Oscar Gatica.
Es que Larraín era contrario al ego.

Su último libro se llama Aquí y ahora, y tiene fecha de febrero de 2012, mismo mes en el que murió. “Le hizo las correcciones, pero no alcanzó a tenerlo a sus manos”, añadió Gatica.

Hoy por hoy, su hijo Juan José anhela restaurar la casa de Tulahuén, tan dañada por este último terremoto, pues pretende habilitar un museo. En tanto, las fotografías de su padre recorren el mundo en distintas exposiciones que están a cargo de la agencia que lo vio crecer, Magnum.
 
Era como el flautista decían algunos ovallinos, “o sea que llegaba, le tocaba la flauta a algunos, y los hacía cambiar para siempre”, comenta Gatica, quien recuerda que en más de una oportunidad don Sergio le dijo que juntos eran el Quijote y Sancho Panza.

Mientras habitó en nuestra zona, enseñó lo que sabía a la gente, también tomó fotografías, viajaba a la capital cuando tenía que ir a reuniones familiares o con sus amigos, o bien a su dentista, o a ver una exposición de arte que le interesara, nunca dejó de ser un artista.

Falleció en su casa de Ovalle a las 09.00 de la mañana del martes 7 de febrero de 2012, deseando que le hicieran masajes y anhelando oír la música del gran compositor ovallino David Ogalde, a quien admiraba. Fue sepultado en el cementerio de Tulahuén, donde hubo un cartel en el que decía: “Don Sergio, el pueblo de Tulahuén se siente orgulloso de haberte acogido en sus faldas y agradece tu legado”.

Para finalizar, la frase mencionada por Iván Ramírez en el primer aniversario de su muerte, “quienes lo conocimos podemos decir que don Sergio prefirió la grandeza, hoy no reconocida, de vivir humildemente las limitaciones de nuestra condición humana, antes que la grandiosidad embriagadora del mito”.l

Especial del diario El Ovallino

Vinka R. Ulloa

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