THE CLINIC
REPORTAJE A DON SERGIO
Hoy tiene 75 años y vive en Tulahuén, un pueblo enclavado en la montaña, al interior donde medita, pinta y escribe pequeños textos místicos que circulan entre sus conocidos. No habla con nadie, excepto con un grupo de discípulo Ovalle. Allí os a quienes enseña yoga los segundos martes de cada mes. No ve más a sus amigos ni tampoco a buena parte de su familia. Muchos de sus parientes le temen a sus enojos y se negaron a hablar para esta nota. Todavía saca fotos, a las que acceden sólo sus más cercanos. Sus temas hoy son las flores y los paisajes luminosos.
EL PASADO NO EXISTE
Hoy es sábado 6 de mayo y hace cuatros días Sergio Larraín regresó a Ovalle después de pasar dos meses enteros meditando en la montaña. Paz Huneeus, la madre de su hijo Juan, acaba de estar con él. Dice que lo encontró demasiado pesimista, hablando de la guerra y de la miseria de los hombres.
Le dio rabia. Ella quería tocar temas terrenales como los hijos y los nietos, pero él no la escuchó.
La puerta de la casa de Larraín no tiene timbre. Golpeo pero nadie contesta. Un vecino me sugiere que insista. Tiene que estar adentro. No lo han visto salir.
Entonces se abre la puerta y Sergio Larraín Echeñique, el fotógrafo que inmortalizó Valparaíso y que engañó al capo de la mafia siciliana aparece en el dintel, vestido con pijama de franela y un chaleco tejido a mano. Se ve flaco y encorvado. Su pelo es canoso y le faltan dos dientes: uno arriba y otro abajo. Pero su mirada es fuerte, directa.
Sergio es conocido en Ovalle como un hombre místico y tiene un grupo de seguidores que lo llaman ‘el maestro’. El segundo martes de cada mes, se junta con ellos en un gimnasio público donde hace clases de yoga y les explica su filosofía de vida centrada en la búsqueda del presente. Durante estos años ha escrito una decena de pequeños manuales que él llama ‘textos para el kinder planetario’ y donde reseña ideas como ésta:
‘EL UNIVERSO ES UNIDAD, ESTÁ TODO JUNTO, AL MISMO TIEMPO, AHORA. PARA VOLVER A LA REALIDAD ES NECESARIO HACER YOGA’.
En mi mano, tengo el libro donde aparece esa frase. Sergio lo nota y de inmediato me invita a su casa. No me pregunta el nombre ni tampoco me da tiempo para decirle que soy periodista. Simplemente habla, habla y habla. Dice que estoy en el lugar correcto, que hace seis mil años se dedica a la búsqueda espiritual. Luego, saca de una caja de cartón otros libros para regalarme. En el living hay sólo eso: cajas.
Salimos a una galería que da al patio. Los muros están adornados con pequeños cuadros que él pinta al óleo, usando la técnica realista que aprendió de su amigo Adolfo Couve. En una mesa hay una figura del Buda y una foto a color. La imagen retrata a tres personas sentadas en una calle de espaldas.
Sergio continúa hablando acerca de su filosofía mística. Mientras lo hace, cierra los ojos y pone las manos en posición de rezo. Acto seguido, camina hacia el patio y apunta a la luna con el dedo índice. Dice que la luna es la última nota de la escala cósmica, que la primera es Dios y que mejor pasemos a la cocina. Antes de mi visita, se estaba preparando unas espinacas. Cierra la puerta. No quiere que los gatos se coman la mantequilla. Nos sentamos en la mesa. Al lado hay una escalera, que da hacia un altillo donde él medita. Paz me ha dicho que debajo de ese altillo hay un cuarto oscuro donde revela de vez en cuando las fotos que saca ahora. Miro bien y efectivamente ahí está el cuarto.
De pronto Larraín me pide que baje el mentón, que cierre los ojos y que conecte mi centro energético con la tierra. Larraín se calla por primera vez y sólo escuchó el miau de los gatos y unas gotas de agua que caen en el lavadero. Abro un ojo y lo veo concentrado, hasta que golpean a la puerta. Sale disparado y regresa acompañada de un discípulo. Le cuenta que hoy amaneció con mal pulso, que no puede escribir y que sus textos tienen dibujos porque todos nosotros somos niños intentando comprender el caos de este mundo.
De pronto, toma un lápiz y me pide que anote en la primera página de uno de sus libros una frase que acaba de pensar y que podría completar sus teorías: ‘Un planeta y una humanidad sin contradicciones, para incorporar al universo en nuestra mente y no quedarnos fuera de él’. Luego se pone inquieto. Dice que tiene mucho que hacer, que me vaya con los libros y que ‘por favor’ difunda todo lo que he escuchado, que esto es para todos. Me explica, además, que puedo sacar fotocopia y repartir sus textos a toda la gente que quiera un mundo bueno.
Tal como me hizo entrar, me saca de su casa. En el dintel de la puerta me detiene. ‘Párate en el “kath”, dobla un poco las rodillas, baja el cuerpo. Así pesadita. Conéctate con la gravedad, cierra los ojos. Estás aquí y ahora, el pasado no existe y lo que viene tampoco’.
NIÑOS VAGOS Y VALPARAÍSO
Muchos fotógrafos han hecho este mismo viaje a Ovalle para hablar con Larraín de fotografía y han salido de ahí sólo con sus libros de pensamientos metafísicos. Lo cierto es que a partir de 1970 Larraín olvidó todo su trabajo. El mejor ejemplo es el libro “Londres” publicado recién en 1998.
Las fotos fueron sacadas entre 1958 y 1959 cuando Larraín estaba becado por el Consejo Británico para estudiar foto. Pero las imágenes permanecieron 40 años en el archivo de Mágnum hasta que Agnés Sire –actual directora de la Fundación Henri Cartier Bresson- reparó en ellas y quedó impactada. ‘La bruma, la soledad, las aceras, los parques o los bares, el poder del dinero. Esta visión de Londres sin embargo tan íntima, no por ello deja de ser significante; hay quien ha reconocido en ella a los personajes clave de la literatura inglesa’, escribió Siré en la retrospectiva de 1999.
The Clínic entrevista de la Periodista que se menciona en el capítulo TRES Encuentro con Don Sergio.
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